Estoy en Jerusalén. Sábado. Barra de un bar con conexión a internet. Branch. Ordenador abierto. A medio metro, a mi derecha, un joven con aspecto extranjero, habla inglés. Pasadas un par de horas dónde cada uno esta metido en su trabajo, y con una tonta excusa, comienza la conversación. Es periodista, está en Jerusalén hace unos tres meses tras haber pasado los últimos años cubriendo el mundo árabe: Egipto, Jordania, Libano, Siria. Declara no tener, a priori, simpatías por el lado israelí. Escribe para un periódico europeo. No habla hebreo, tampoco árabe. Sus fuentes son los periódicos en inglés, escritos especialmente para ellos, por cada una de las partes… sabe que el conflicto es complejo, sin embargo, dice también que la única manera de poder «venderlo» -él es freelance- es con historias de blanco y negro. Con cada «kasam» o bomba que cae, él gana su dinero, las historias sobre poetas israelíes ya no venden, declara irónicamente.