Una pareja. Dos niños, dos carritos. Uno llora. El hombre, cohibido, mira alrededor con impotencia. Ella, que en otras circunstancias podría haber sido bella, se afana entre sus vástagos para calmarlos. Parece dominar la situación con eficiencia. El niño deja de llorar. Sin embargo, una ligera curva en su espalda delataría un cansancio prematuro, una insatisfacción marital, una aceptación incuestionable de su destino.
Y es así, como miles de mujeres, cavan su perdición…

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.