El Sr. X, director de la Institución Y, va dilatando su respuesta. Han pasado ya tres meses: reuniones, mails, llamadas telefónicas. Pero no se define. Urge. De esto depende un trabajo que tenemos en desarrollo. De eso dependen nuestros ingresos. Hablo con su secretaria. Ella dice, justificando a su director: “Sr. Mauas, usted sabe como son estos asuntos. El Sr. X tiene una agenda muy apretada, muy cargada y todo le es muy complicado”. Harto, y en busca de la complicidad de la secretaria (o de su ruptura), disparo: “imagine usted entonces nuestra situación: sin sueldo fijo, pendientes siempre de señores con agendas cargadas y complicadas costeadas con el erario público, es decir, nuestro dinero… ¿no tengo yo agendas lo suficientemente cargadas también?”. Ella calla el tiempo suficiente para digerir mi respuesta, entender si hablo en tono irónico o serio. Tras un momento que parecería eterno, dice: “Le prometo que esta semana le llama”.