Las acciones que distintos colectivos están llevando a cabo en los últimos tiempos ponen en entredicho el discurso triunfalista de una (supuesta) industria turística como motor de la recuperación económica.
Lo que es en realidad la dinámica propia de un capitalismo que dejó de repartir sus beneficios, adquiere con el turismo su carta de naturaleza.
Cuánto más se investiga está supuesta industria –¿desde cuándo organizar visitas a la Sagrada Familia podría considerarse una industria?– más aún se pone en evidencia que toda ella está basada en la distorsión: el aprovechamiento de recursos públicos sin los cuales no podría subsistir, y un abaratamiento de los recursos humanos necesarios a base de unas condiciones laborales que en la mayoría de los casos ralla con la explotación.
Un estudio de este año del sindicato Comisiones Obreras echa mucha luz en las sombras de estas prácticas: «analizamos la evolución de la coyuntura turística desde el 2008 (año anterior a la crisis) al actual, observando el comportamiento tan dispar que han tenido los diferentes parámetros. Así, mientras el número de visitantes se ha incrementado en un 19,88% en estos últimos ocho años; el de pernoctaciones en un 22,89% y el del número de plazas en un 8,77%, el del empleo tan sólo lo ha hecho en un vergonzante 0,63%; existiendo prácticamente el mismo personal que en 2008”.
Es decir, mismo personal, para más trabajo. Mismos salarios, pero un 20% más de ganancias. Y esto todavía sin entrar a considerar el aumento de los costes de vida, la invasión y la pérdida de recursos públicos (pagados entre todos) allí dónde el turismo masivo se instala como una plaga de langosta que todo lo arrasa.