Por la mañana, apenas levantado, le cuento a Caroline mi sueño: nuestra amiga Martha, por carambolas de la política, se había erigido en presidenta de Francia.  
–De haber sabido bien francés –digo con resignación– seguro me hubiera hecho ministro. 
–¡Qué divertido!­ –profiere ella impaciente. 
–¿Qué pasa? ­–contesto molesto– ¿Acaso está mal ser ministro? 
–¿Es eso todo lo que aspiras a ser? –suelta mientras cruza apresurada la puerta del cuarto para atender al niño que se acaba de despertar. 
–Bueno –digo avergonzado–, es también un curro, ¿no? 

(enero 2019)