Los manifiestos nunca valieron para nada. Nunca han servido para evitar una guerra, ni siquiera para cambiar políticas. No se logra nada con su firma. Los manifiestos no son más que autobombo, afirmar la pertenencia al club de la gente bonita, sensible. Mi amigo J. dice: «No fueron los intelectuales los que detuvieron el avance del nazismo, sino la fuerza de quienes empuñaron las armas. Los “firma-manifiestos” son los primeros en escabullir el bulto cuándo el asunto quema. No lo olvides ni confundas los términos».
(agosto del 2015)