#73

Vino hacia mi hablando de los judíos, que tararí, que tarará. Filosemita declarado. En realidad, su aproximación partía de una premisa falsa: «los judíos son ricos, millonarios, dominan el mundo, negocian entre ellos restregando sus manos, y este, que es judío, seguramente encontrara la ‘pasta’ para el proyecto». Lo miré divertido. Le dije que sí. A los pocos días tomó consciencia de su error, al mismo ritmo que su fervor filosemita se iba desinflando.

#39

Pienso en el sentido de la profecía. ¿De qué sirve anunciar la catástrofe? ¿La previene? ¿Hace que la gente cambie de parecer? Benjamin y su aviso de incendio. ¿Pudo evitarlo acaso? Ni siquiera pudo evitar quemarse él mismo.

#20

Encuentro esta nota escrita a mediados de enero de este año:
“Sé que no he publicado nada sobre lo sucedido en Paris. No sé por dónde empezar. He tomado muchas notas. He pensado otro tanto. He visitado mucha información. Tal vez demasiada. He encontrado pocas cosas inteligentes. En general, la gente habla cuándo le ponen un micrófono delante. Hay que aprender a callar cuándo nada de lo que decimos ayuda a entender los sucesos, a una mejor comprensión del fenómeno. Intento no dejarme arrastrar por el enojo, la violencia. No es tarea fácil. Pero una cosa es pensar, otra publicar. Publicar es un acto de responsabilidad…
Opinamos de tantas cosas, sabemos tan poco. Quedando inermes antes lo importante.
Esta nota es para eso. Para dar cuenta de que no he publicado nada sobre lo sucedido en Paris. No por falta de interés. No por no considerarlo importante. Sencillamente, no sabría por dónde empezar…”

Populacho: de Dreyfus a Sarcelles (o variaciones sobre los mismo II)

Veo un video amateur, filmado desde una ventana. El populacho corriendo descontrolado por las calles de Sarcelles en busca de objetivos dónde descargar su ira. En el camino se cargan todo lo que encuentran: mobiliario urbano, coches, escaparates. Observando estás imágenes, me vienen a la mente descripciones similares, tal y como las dejaría escritas, a finales del siglo XIX, un desconocido periodista vienés, llamado Herzl, quién cubría el caso Dreyfus. 

Han pasado ciento veinte años y volvemos a ver el populacho descontrolado, alentado por una opinión pública manipulada, correr por las calles en busca de un objetivo judío para atacar. No nos engañemos. Los tristes acontecimientos de Gaza son solo una excusa. El odio está allí. En la época del caso Dreyfus no había ni Estado de Israel, ni sionismo y si se me permite, ni siquiera palestinos, en el sentido estrictamente nacional. Y sin embargo, sí, ayer como hoy, vemos la muchedumbre gritando «muerte a los judíos» en el seno de la República Francesa.

Me pregunto si el antisemitismo es el fenómeno de fondo o el medio: la excusa para sacar fuera el odio irracional, la frustración, los bajos instintos. A lo largo de la historia el odio al judío fue una herramienta eficaz de amalgama entre grupos diferentes, antagónicos, en busca de un objetivo que los una.

Francia tiene un grave problema, y Europa también. Históricamente, primero fue el antisemitismo, luego la barbarie, el retroceso… el fin de las libertades.

El antisemitismo constituiría, entonces, más que un fenómeno, un síntoma. La fiebre que nos alerta de la infección que se va adueñando del continente al amparo de oportunismos y manipulaciones.

No hay que equivocarse. No es el amor a los hombres lo que saca a estas hordas a la calle o a tanto intelectual y actor sensible a firmar manifiestos. Si así fuera, las masas saldrían con la misma devoción destructora ante la imagen de cien mil muertos en Siria, o ante el visionado de terribles escenas de fusilamiento y torturas que están, ahora mismo, sucediendo en Irak (permitirme insistir tanto en este punto, porque me parece flagrante, se alza como un elemento que induce a interrogarnos sobre las motivaciones que se esconden tras esas protestas y que no parecen ser, ni el amor a la humanidad, ni la indignación ante la violencia, ni el horror ante el asesinato. Por desgracia, el mundo nos brinda todos los años motivos para manifestarnos… pero nada… silencio).

Todavía más triste. Como escribía en mi post anterior, ni siquiera podríamos aseverar que es el estricto amor a los palestinos y la indignación frente a su destino lo que moviliza a estas hordas descontroladas. Puesto que si así fuese, ya hubieran tenido varias oportunidades en el pasado. Los palestinos son y fueron, desgraciadamente, muertos en Jordania, Siria y en la mismísima Gaza (recordemos el enfrentamiento entre Hamas y el Fatah cuándo los primeros tiraban por las ventanas, literalmente, a los segundos).

Cuando veo con que furia asesina se encienden las calles y las redes sociales –esa nueva vía de expresión del populacho– pienso ya sin lugar a dudas: no, no es la víctima lo que realmente les moviliza. Lo que realmente les interesa es el victimario. No son los palestinos, pobres ellos abandonados a su suerte entre el fanatismo integrista del Hamas y las acciones demoledoras de Tsahal. Lo que hace salir a las calles a unos, y a firmar manifiestos y escribir sandeces en Facebook y Twitter a otros, es ese odio atávico, antiguo, que creíamos superado y desterrado del continente, y que nuevamente vemos con estupor como se va abriendo paso desde los márgenes hacia el discurso público, hacia lo ‘legítimamente’ decible… todo esto es síntoma de la oscuridad a venir…

[días después de escribir estas notas, tengo en mis manos el libro Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt. En el capítulo concerniente al Caso Dreyfus, encuentro lo siguiente: «No hay duda de que a los ojos del populacho los judíos habían llegado a servir como símbolos y modelo de todas las cosas que detestaban. Si odiaban a la sociedad podían apuntar a la forma en que eran tolerados en su seno; y si odiaban al Gobierno podían apuntar a la forma en que los judíos habían sido protegidos por éste o a la forma en que habían sido identificados con el Estado. Aunque es un error suponer que los judíos eran el único blanco del populacho es preciso otorgarles un primer lugar entre sus víctimas favoritas».]

[ Barcelona, finales de julio de 2014 ]

 

Nathan, 6.8.2014 (o variaciones sobre lo mismo – introducción)

[este texto lo escribí hace doce días… a pesar de las noticias de hoy, la esperanza es lo último que se debería perder. Mantener la esperanza en tiempos de conflicto, en una solución justa y duradera, es de por sí, un acto revolucionario, un acto de profunda humanidad, de civilización.]

Observo a Nathan, durmiendo tranquilo en brazos de su madre. Se abre paso a la luz, de a poco, sus ojos se entreabren, primero ligeramente, luego con intensidad. Vino al mundo el pasado seis de agosto. Faltaban diez minutos para las diez de la mañana. En Gaza, la tregua aguantaba. Cuarenta y ocho horas de calma tras semanas de muerte. Fue una de las primeras cosas que le conté, feliz, a mi hijo Nathan…

Julio fue un mes de angustia… seguía las noticias del acontecer como un adicto, compulsivamente, como quién busca claves que le permitan comprender, explicar. Ora la prensa francesa, ora la israelí, ora la española, ora la inglesa…

Evitaba las redes sociales como quién evita destapar una olla que contiene un guiso en mal estado: la podredumbre lo impregnaba todo, y un estado de tristeza y malestar me acompañaba el día entero.

No tengo vocación de columnista. Nunca la tuve. Siempre me sorprendieron esas personas que de todo opinan, que todo lo saben.

Este blog nunca pretendió ser una columna de actualidad, sino más bien un conjunto de notas, impresiones, apuntes. Los mismos temas tienden a ser visitados y revisitados. Una y otra vez. No en vano, es el universo que me ocupa, siempre limitado, siempre finito.

Muchos de los textos aquí publicados no tienen relación alguna con la fecha de su difusión. Esta no es más que un índice cronológico, a manera de numeración en las páginas de un libro. Muchos de los contenidos fueron escritos en tiempos anteriores, en otras geografías…

Permítaseme esta introducción como contrapunto de porque sí, está vez, dedicaré algunos posts a un tema de rabiosa actualidad noticiosa. Pero no como columnista de rotativo pagado y mandado a escribir sobre un tema concreto, sino como quién se siente plenamente alcanzado, atravesado e interrogado por una cuestión que, como en la figura de la espiral, en cada uno de sus giros, en cada una de sus reapariciones, vemos acrecentada, en peligrosa progresión geométrica, su virulencia. Ya no es ni farsa ni tragedia, sino el germen de algo que preocupa, que me ocupa: se vislumbra el huevo de la serpiente.

Durante las últimas semanas asistí con estupor el acontecer en Gaza y todos sus fenómenos adjuntos: la mentira y el cinismo del Hamas, la violencia de la respuesta israelí, la irresponsable cobertura ­–por maniquea– de los medios de información europeos, la explosión en las redes sociales, la intimidación de las manifestaciones en las calles europeas, la intolerante actitud de la sociedad israelí ante la disidencia…

Quise entender. No sé si lo logré. Pero es necesario apuntar, aunque sea provisionalmente, el fenómeno. Encuentro que aquí existen distintos elementos que de tanto reducirse en ese intento simplificador de encuadrar todo a ciento cuarenta caracteres se convierten en una amalgama que no ayuda en nada a entender lo que está sucediendo.

Una cosa es lo que allí acontece, otra la manera en que los medios y las redes sociales retratan el conflicto, y una tercera, el antisemitismo que parece volver a Europa de la mano de grupos que, bien observados, se oponen abiertamente y sin tapujos al proyecto europeo y como tales, encuentran aquí la excusa ideal –histórica– sobre quién descargar su ira como principio de un proceso de ataque a la totalidad.

Importante, vital, es separar los fenómenos entre si. Es tarea de decencia. Quién busca la paz, debe ante todo, buscar la verdad. Si bien estos fenómenos se retroalimentan, no están ligados de manera evidente. El automatismo de su relación, tanto por ignorancia, tanto por maldad, es imperioso desactivar.

Escribo esta introducción como marco de los posts que se irán publicando agrupados bajo el título “variaciones sobre lo mismo”.

El título da cuenta, si se quiere, sobre mi punto de partida.

Termino estás líneas envuelto en el suave silencio que rodea nuestra habitación en la clínica, este sábado de agosto…

[ Barcelona, 9 de agosto de 2014 ]