Pasamos frente a la comisaría del Passeig Juan de Borbo. Un agente urbano nos mira torvo. Unos metros más tarde, le explico a Nathan:
– Si nos hubiera preguntado por qué vamos así, los dos, en la bici, le tenemos que decir que es porque la tuya está rota.
– Pero no es verdad –responde él– no está bien mentir.
– ¿Nunca está bien mentir? ¿Estás seguro?
Nathan pensativo, no contesta.
– Veamos –continúo– imaginemos que un señor muy malo muy malo quiere atrapar a alguien muy bueno muy bueno. Y tú tienes escondido en tu casa al señor bueno. El señor malo llama a tu puerta. Le abres y te pregunta: «Dime Nathan la verdad, yo sé que tú eres una persona recta y que nunca mientes. ¿Está aquí escondido el otro?». Tú, ¿qué le contestarías?
– ¡Pues que no está! –responde Nathan con naturalidad, como si le hubiera preguntado una obviedad.
– Entonces a veces se puede mentir, ¿no? ¿Ves que no siempre está mal mentir?
– Es verdad –dice sorprendido de su reciente descubrimiento.
– Entonces, ¿por qué crees tú que hay situaciones dónde se puede mentir?
– Cuándo hay un motivo bueno.
– Y en el caso de esta historia, ¿cuál es el motivo?
– Qué el malo quería atrapar al bueno.
– ¿Y en nuestro caso?
– Que los niños nos pasamos un montón de días encerrados y yo todo lo que quería era ver un momento el mar… ¡hasta los perros podían salir y nosotros no!
Kant, imperativo categórico. Lección 1.
(principios de mayo 2020)
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