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Un amigo me invita a la inauguración de una exposición. Se trata de un videoartista. Proyectan la obra. Discurso blandengue, poroso. Aunque se crea rompedor y combativo, un queso gruyère lo hubiera representado mejor. 

(febrero de 2015)

#113

Existe también en el medio del cine documental clientelismo, endogamia, tráfico de intereses. Uno quisiera creer que ese tipo de conductas no deberían existir aquí, que nuestro medio debería estar exento de esas miserias. Y sin embargo, allí están. Negro sobre blanco. Los mismos nombres, suenan y resuenan. Menganito, profesor de un máster, se convierte luego en director de un festival, dónde casualmente el crítico Juanito ensalza a Fulanito, un cineasta que no es ni más ni menos que el alumno del primero, mientras que Juanito, el mencionado crítico, es –no lo olvidemos– buen amigo y profesor en el máster de Menganito…

Y así las cosas van girando en una rueda eterna a manera de tiovivo dónde las figuras pasan y pasan repitiéndose hasta el hartazgo, mientras se reparten palmaditas en el hombro, tan contentos todos de conocerse. Un coto cerrado en el cual quién no acepte las directrices del sumo sacerdote de turno no puede entrar, y menos, beneficiarse. Y para ejemplo y escarmiento de los descarriados, el ostracismo. De no ser así, el corolario sería sencillo: no serían necesarios ni sumos sacerdotes, ni dogmas, ni religiones para hacer cine. Y esta certeza, de hacerse obvia, terminaría por poner patas arriba todo el negocio (másters, festivales, revistas críticas).  

(mayo 2014)

#53

El cine agotado. No me extraña que esa clase de cine sea festejado por la prensa especializada. Representa la cultura europea contemporánea. Son films que nacen agotados, cansados. Confunden el plano secuencia con la revolución. Confunden un trío bisexual con la subversión de los géneros. No son más que chapuzas ideológicas, algo así como filmar la lluvia y no mojarse. Filman al necesitado desde el lugar de quién duerme en un hotel de cinco estrellas. Abordan al otro con la mirada del colonizador que observa al indígena. Están demasiado cómodos. Están demasiado bien asentados. Sus amigos controlan la crítica, la academia, los festivales, y poco a poco se genera un discurso alrededor de un cine que es totalmente irrelevante. No solo para la cultura, sino para las necesidades sociales que dicen ponderar. Y es allí dónde se produce ese abismo entre la “crítica especializada” y el público. Pensar que el público es idiota es tan soberbio como idiota es pensar que una película debe ser amada por todos los públicos. Pensar que el público es idiota, y hacer cine con dinero público es, sencillamente, una hipocresía…

#51

Plantear el interrogante. Bien claro, coherente, sostenido. Y sustraerlo de la obra… eso es lo que la hace más intensa, más viva, más misteriosa…

#23

Con el crowfunding pasa lo mismo que con la sanidad pública. Echamos campanas al viento a favor de un sistema que en realidad lo que hace es que paguemos dos veces. Una con nuestros impuestos, y dos con nuestras aportaciones privadas…
El crowfunding además se demuestra como la gran demagogia del momento. Y prestar atención en quiénes lo festejan: instituciones culturales, ministerios, medios periodísticos… nadie, en su sano juicio, cree que se pueda recaudar, de verdad, el coste real de un film, por medio del crowfunding.
El crowfunding en si mismo, como plataforma de pre-venta o de promoción, puede ser una herramienta interesante, pero jamás debería ocupar el lugar del grueso de la financiación de una producción.
Los mismos creadores que enarbolan estas banderas no ven en su quehacer más que un hobby. No un medio de vida, ni una profesión, ni un oficio.
Y además, seguimos con el jueguito de “el público vota”, ese gran tiranía de la dedocracia.
Si el pasado hubiera dependido de estos conceptos, no existiría nada de lo que hoy conocemos como cultura occidental. Lo interesante es ver personajes que, de manera despampanante, se autoproclaman de izquierdas y en la misma frase a favor de estas perogrulladas que nos están vaciando de contenidos (cultura libre, etc.).

#16

En un mundo dónde todo se acelera, dar un paso atrás es también un acto revolucionario. Una verdadera obra de arte debe tener perdurabilidad en el tiempo…

El plano secuencia y la revolución (o notas sobre el documental III)

En la cultura existe un falso progresismo que confunde un aburrido “plano secuencia” con la revolución. Para esta gente, el ser de izquierdas es como una vestimenta, una moda, puro aspaviento. No hay contenido, ni profundidad. Nada. La mayoría de la hoy autodenominada izquierda europea es así. Y peligrosamente reaccionaria. Si estamos dónde estamos ahora, es también gracias a tanta impostura.

[ Barcelona, julio de 2013 ]

El discurso sobre la cosa (o notas sobre el documental II)

Sucede con el cine lo que sucede en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Es muchas veces más interesante el discurso sobre la obra, que la obra misma. Más sugestivo lo que dice el autor sobre sus intenciones, que la misma creación al contemplarse. El problema es que luego, eso que estaría fuera de la obra,  el discurso sobre la cosa, contamina la crítica, haciéndonos creer que la obra es aquello que nos dicen que es… y uno no sabe si uno es un tonto que no ve lo que dicen que hay, o todo es producto de una prestidigitación alucinatoria. Y de repente, una voz disonante se atreve a decir aquello que estábamos barruntando: que allí nada de nada, que sí, que la idea es bonita y tal, pero que en la obra, nada. A veces uno se siente tan solo…

[ Barcelona, enero de 2013 ]

Derivas de realidad (o notas sobre el documental I)

Hace unos años escribía un post que llevaba por título “Fast Food Documentary Genre”. En él hablaba sobre el fenómeno Michael Moore y los malos efectos que este tenía en las nuevas generaciones de cineastas.

Lo que en su momento consideraba una manifestación pasajera, producto de una situación internacional determinada, parecería, de juzgar por el éxito que están cosechando algunos films de no ficción, haber venido a establecerse en los mejores espíritus europeos.

Las consideraciones recibidas por algunos de estos documentales en tantos solemnes festivales de cine especializados en este género, no hacen más que poner en duda la salud de nuestro tiempo. Es preocupante. Viene a manifestar que la cultura del “me gusta”, la argumentación en “ciento cuarenta caracteres”, y la manipulación sin fundamento se ha erigido en protagonista festejado de nuestra realidad artística.

El problema es que cada vez más vemos este tipo de obras que, poniendo a su disposición todos los elementos del medio cinematográfico, pretenden pasar por verdad lo que en realidad no es más que una pirueta circense divertida.

Como tal es válida, como entretenimiento, se agradece. Pero no debería ser más que eso.

Se necesita algo de modestia en ese intento de aprehender la esencia de las cosas: una mirada que observa, apelando a un espectador partícipe que vaya reconstruyendo lo que ve.

Gran parte del cine documental parecería entrar, a falta de un vocablo mejor, y ya sea a manera de definición provisional, en una especie de “deriva de realidad”. No es ajeno a lo que sucede en nuestra sociedad. La refleja. Pero debería mantener la guardia. Es su deber. Es su estar en el mundo (el arte como bastión, como intento revolucionario, como actitud religiosa, la responsabilidad divina del crear…).

No pongo en duda la legitimidad de este tipo de obras. No es eso. Si bien difiero sustancialmente con su forma, la considero una alternativa posible de entretenimiento.

Lo que preocupa no es eso: sino el aplauso a la falta de rigurosidad, y la renuncia a acceder –aunque esfuerzo utópico– a algún tipo de verdad.

Nuestras obras construyen el mundo, nuestras palabras crean realidad. Y no habría que tomarse esto a la ligera.

[ Barcelona, abril de 2011 ]

Margarethe von Trotta, la ‘judenfrage’ y la banalización de Hannah Arendt

[hace unos meses fui invitado a ver la presentación del film sobre Hannah Arendt en presencia de su directora, Margarethe von Trotta. Salí con una sensación de profunda molestia. Estas son algunas de las notas que cogí tras la proyección, y no pretenden, ni mucho menos, ser una crítica exhaustiva, ni definitiva]

Comenzaré por el final: lo que prometía ser un film interesante y bien llevado sobre un problema filosófico de primer nivel, un ejemplo del tipo de cine que se podía y se debía mimar, terminó descarrillando en un melodrama maniqueo y estereotipado, dónde la heroína, dispuesta a mantener su convicción en su libertad de pensamiento y expresión,  se enfrentaría a fuerzas oscuras y atávicas deseosas de ocultar la verdad.

Es sabido. Cualquier obra de ficción sobre un hecho pasado ilumina más sobre el presente y las motivaciones de su autor, que sobre el pasado que intenta relatar. Este es uno de los aspectos más interesantes del cine, especialmente, porque en él se convocan niveles y lecturas que muchas veces escapan a la misma intencionalidad manifiesta de su director.

Un giro de cámara puede ser casual, dos giros, también, tres, una intención… si a esto le sumamos los comentarios hechos por su creador tras la proyección de su film, podría dar cuenta de una intencionalidad, tal vez perversa –por oculta, por irracional–, justamente por como logra agazaparse tras una inocente apariencia.

Solo un paso faltaba para hablar del “contubernio judeo-nazi-sionista” a quién, la heroína del film, osa poner en evidencia, armada de su cigarrillo y su pluma.

Algunos elementos. El judío como el otro, el “extraño”, la representación del judío y de lo judío: la manera en que organiza los planos exteriores en Israel, el modo en que muestra a los judíos (intransigentes, fanáticos), la forma en que se hace eco del mito del poder ilimitado de los judíos (con Mossad incluido)…

1963. El libro despertó una gran polémica. Hanna Arendt indaga, disecciona, cuestiona y se cuestiona, de manera fría, afilada, sobre los distintos aspectos que dieron lugar a los hechos juzgados, acuñando y desarrollando el concepto, hoy tantas veces citado, de la “banalidad del mal”. Hay que entender (es preciso, es imprescindible) que se trata de una obra escrita a solo dieciocho años de la finalización de la guerra. Todo está muy presente, todo es muy fresco, la herida todavía sangra. Lo que hoy se estudia, se cuestiona, se debate y se sabe, en ese momento todavía permanecía en compartimentos bien cerrados. Y ella, Arendt, tuvo la lucidez de preguntar. Ese es el role del pensador. Esa es la necesidad del pensar…  mi crítica aquí, no va hacia Arendt, sino hacia el film. La falta de contextualización del momento histórico, su matización. Tal vez sea un problema –una limitación– compartido por muchas obras de cine de ficción a la hora de abordar cuestiones de extrema complejidad.

Cuándo Hannah Arendt escribe su ensayo en 1963, mucho de lo que hoy sabemos sobre el asesinato de los judíos europeos se desconocía. Mucha documentación todavía nos era sustraída en archivos bien guardados, en testimonios que todavía no habían hablado. Si bien el concepto de “banalidad del mal” es un elemento a tener en cuenta cuándo se abordan fenómenos históricos como los estudiados, se merece cierta revisión, cierta actualización a la luz de lo que hoy se sabe. Pero esto, evidentemente, se merecería un escrito aparte, ya que desbordaría las intenciones de este texto.

Volvamos al film. El problema de la supuesta “colaboración” judía es una cuestión compleja, por no decir, maniquea. Hanna Arendt asienta de manera precisa, su escabrosidad. Da ejemplos de un tipo y del otro, de un gueto y del otro, de esto y aquello. Explica las circunstancias extremas a las que las víctimas se veían sometidas. Detalla con minuciosidad el proceso de deshumanización. Concluye además diciendo que en aquellos lugares dónde las comunidades estaban menos organizadas la persecución de los judíos fue más difícil de llevar a cabo (lo cual, es de lo más evidente: en aquellos lugares dónde las comunidades no estaban organizadas, no existían ficheros, ni centros de reunión, ni contactos entre los miembros de la comunidad, ni directiva, ni escuelas judías… también esto lo deja ella bien asentado en el libro). En ningún momento Arendt sostiene que los líderes judíos participaron, en connivencia criminal con los nazis, “activa y deliberadamente” en su destrucción[1]. Sin embargo, Von Trotta, decide convertir estas pocas páginas de un ensayo de casi trescientas, en la narrativa central de su film, haciendo hincapié en la parte más escabrosa, y tal vez más revisable, de todo el informe, citando en la película, en más de una ocasión, para que no queden dudas de su intención y no se le escape al espectador, la frase siguiente, descontextualizándola deliberadamente: “la verdad es que si el pueblo judío hubiera carecido de toda organización, y de toda jefatura, se hubiera producido el caos y grandes males hubieran sobrevenido a los judíos, pero el número total de víctimas difícilmente se hubiera elevado a una suma que oscila entre los cuatro millones y medio y los seis millones.”[2]

Para el espectador naif, para el amante de las teorías ‘conspiranoicas’, para el desconocedor de la obra de Arendt, para el aprendiz de revisionista, para quién busca en Israel el principio (y fin) de todos los males del mundo, la película entraba en una espiral reconocible…

De ahí en más, toda la narrativa giraría entre una fuerte/frágil Arendt/personaje/mujer que se opone al poder ilimitado e intransigente de “su pueblo”: los judíos. No se habla de la Shoah, apenas se habla de Eichmann. No, de juzgar por el film, para Trotta, el tema central del informe de Arendt ya no sería el proceso en sí, el juicio a un genocida. No. De repente, todo el film, todo él, gira y se centra, se queda, y planea en ese punto en el espacio, en esa criminalización de la víctima.

Interesante remarcar que lo mismo que Arendt reprocha en sus críticos, es decir, la superficialidad de la lectura de su obra, y el consecuente ataque furibundo por unas páginas mal interpretadas, es el mismo error en el que cae el film: su guión parecería ser el resultado de una lectura de un frívolo artículo del Readers Digest. Es como si Von Trotta no haya comprendido la complejidad del texto de Arendt y se haya quedado con su titular (¿y qué mejor titular para captar la atención del público que la supuesta colaboración judeo-nazi?)… Zeitgeist.

La “cuestión judía”, en el más estricto sentido alemán, atraviesa todo el film. Y si todavía había alguna esperanza de estar equivocado, la cineasta recalcaría, en el coloquio posterior, que su coguionista es una amiga judía (sic). La palabra judía la subrayaría más de una vez, como eximiéndose a sí misma de cualquier responsabilidad que pudiera surgir (si lo escribe un judío…). Además, nos aclara, en Estados Unidos la película tuvo un recibimiento desigual. Amantes y detractores. A la “prensa judía” no le gusto mucho, nos informa la directora.

Fenómeno perverso, dónde la Shoah, se convertiría, una vez más, en un “problema judío”.

[ Barcelona, junio de 2013 ]


[1] Es ridículo, por no decir de una tremenda pereza intelectual, en el mejor de los casos; o crueldad, o mala intención, en el peor, acusar a quién esta amenazado con una  pistola en la sien, de colaboracionista.

[2] Arendt, Hannah. Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal. Editorial Lumen, Barcelona, 1967 (trad. Carlos Ribalta), pp. 181-182.

Fast Food Documentary Genre

Hace unos días vimos el documental «Super Size Me». Lo alquilé en el video club del barrio alentado por sus premios y por los comentarios de algunas personas. La decepción fue enorme. Un producto más de ese fenómeno inaugurado por Michael Moore y al cuál podríamos denominar, provisionalmente, como el «documental basura» o, más en la línea de la película que nos ocupa, como el «documental fast food».

No entiendo de dónde viene tanta algarabía, a no ser porque el protagonista, también director, es conductor de un importante programa de la MTV, con relaciones con importantes empresas del sector. No encuentro otra explicación al premio al mejor director en el Festival de Sundance (decisión, que a mis ojos, termina por desprestigiar a la propia institución, puesto que si un premio no se merecía esta película, es en la categoría de mejor director).

Un documental que, desde un punto de vista empírico, no tiene ningún sostén: un imbécil decide ingerir de manera compulsiva la comida de Mac Donalds, durante un mes (desayuno, almuerzo y cena), y en los tamaños más grandes. Es evidente que, ante la magnitud del exceso, el daño sería considerable. Los supuestos expertos entrevistados se suman a ese experimento mediático y de una pereza intelectual sin parangón. En realidad, no es más que un producto mercadotécnico que utiliza los mismos medios que la cadena de comida basura a la que intenta criticar.

Las estrategias narrativas son paupérrimas, la puesta en escena también. Ahí lo tenemos filmando vómitos o con su novieta -insoportablemente contemporánea, por cierto- hablando de que ahora la tiene más flácida, y otras idioteces.

Un documental que termina siendo un claro representante de la cultura de la que proviene, y a la cual, en un engañoso intento de falso progresismo, intentan criticar.

No me gustan las películas santurronas, pedagógicas, predicadoras. Es un tipo de documental que contamina, por no decir infecta, a una generación entera con planteamientos estéticos e intelectuales de tipo fast food. Una generación de documentalistas que no ven en el género la posibilidad de investigar y proponer un debate sobre una realidad dada, sino que busca convertirse en su propia estrella, a manera de la cultura pop. Es cómo la imagen de un okupa pagando con american express.

Y para concluir, solo basta con echar un vistazo en la página web del director, para intuir tras el retrato que nos recibe (su pose hacia el espectador, la mirada, el cruce de brazos) la pista de un predicador evangelista que, al igual que Moore, es llamado a filas para educar a la gran masa de ignorantes. El peligro con esta gente es que hacen lo mismo que los totalitarismos: utilizan los medios para «evangelizar».

Una generación que se acostumbra a que le digan lo que hacer o sentir, es una generación sobre la cual el dominio esta asegurado.