Espejitos y collares (II)

Aeropuerto, mañana temprano. A punto de embarcar. A mi alrededor, hombres solos, un par de mujeres. Trajes oscuros ellos, blusas y pantalón ellas. Personas sin edad específica, piel gris. Todos, absortos en sus Iphones, Ipads, ordenadores portátiles y afines… sus dedos corretean veloces sobre el teclado. Apenas prestan atención a lo que acontece alrededor. Miradas sin encuentro.

Por comodidad, desidia, o lo que sea, hemos entregado nuestra libertad a cambio de tanta conexión.

Espejitos y collares…

[ Barcelona, febrero de 2011 ]

El plano secuencia y la revolución (o notas sobre el documental III)

En la cultura existe un falso progresismo que confunde un aburrido “plano secuencia” con la revolución. Para esta gente, el ser de izquierdas es como una vestimenta, una moda, puro aspaviento. No hay contenido, ni profundidad. Nada. La mayoría de la hoy autodenominada izquierda europea es así. Y peligrosamente reaccionaria. Si estamos dónde estamos ahora, es también gracias a tanta impostura.

[ Barcelona, julio de 2013 ]

Por su seguridad

Un cuarto cualquiera. Luz mediterránea. Mañana. Silencio.

Suena el teléfono…

¿Hola?

Sí, me llamo… (no se entiende)

¿Quién? ¿Perdón?

Sí, perdón, ¿me oye? Es que no se oye bien, ¿me oye ahora?

Sí, ahora sí.

¿Es usted el responsable de su empresa?

Depende, ¿para qué es?

Mi nombre es Marilena Gutiérrez, y llamo del banco Barclays para ofrecerle un producto de depósitos… pero antes quería comunicarle que por su seguridad está conversación está siendo grabada.

¿Perdón? ¿Me lo repite?

Sí, perdón… ¿me oye bien?

Sí, creo que le he oído bien.

Le decía que le llamo del Barclays por una promoción que queríamos comentarle por si estuviera interesado…

No, si eso lo entendí bien, le pedía que me repita eso de “por su seguridad”.

Ah, sí, perdón. Decía que por su seguridad esta conversación está siendo grabada.

¿Por mi seguridad?

Sí, por su seguridad…

No entiendo señorita, usted me llama a mi, no le llame a usted, ni siquiera tengo cuenta en este banco y ¿me dice que “por mi seguridad” me esta grabando? ¿Tu eres consciente de la chorrada que me estás diciendo, Marilena?

…Bueno, sí, disculpa, no es por su seguridad… es para nuestro control.

Vale, ahora comenzamos a entendernos. No, no quiero que me molesten y menos que me graben…

¿No le interesa el producto?

Me da igual el producto, pero que no me hablen de “mi seguridad”, ya bastante inseguro me siento que me estén llamando a ofrecerme un producto bancario…. ¿Lo entiende? ¿lo entiendes Marilena? Así no es buena manera de comenzar.

Bueno, disculpe…

No es personal.

Sí, lo sé… no lo tome a mal.

No te preocupes.

Buenos días.

Buenos días.

La tertulia solidaria

Me detengo un momento a oír un coloquio sobre la crisis. En el estrado, hombres y mujeres bien alimentados, luciendo su ociosa piel estival. Se escuchan, se asienten, se aplauden, se alegran, se felicitan… Reconfortados de encontrarse entre pares como ellos, exultantes de sensibilidad social.

Ruinas Modernas

Hace un par de semanas, se inauguró en Madrid (Museo ICO), y unos días más tarde en Berlín (Architekturforum Aedes), la exposición  “Ruinas Modernas” de Julia Schulz-Dornburg.

Con Julia nos conocimos hace unos meses atrás, por esos caminos de la casualidad (¿o será ya la causalidad?). Me encontraba en esos estadios de limbo, recién habiendo terminando una cosa y todavía sin haber comenzado la siguiente. Buscando aquello que me seduzca lo suficiente como para poder entregarme a su influjo.

Cuándo me contó su proyecto, o mejor dicho, cuándo me comentó de la reciente publicación de su libro homónimo y del tema que allí se abordaba, sentí inmediatamente lo que sentimos los cineastas frente aquello que nos habla directamente: unas ligeras palpitaciones del corazón que nos advierten de la presencia de algo que merece nuestra atención. Siempre, pienso, todos los proyectos verdaderos, realizados o no, comienzan con unas imperceptibles palpitaciones. Un corazón que actuaría a manera de dos ramitas en manos de un Zahorí imaginario (conocí hace unos años a una zahorí que realizaba interesantes experimentos… pero este, ya sería tema para otro film).

Mientras me iba sumergiendo en este nuevo tema, surgió la posibilidad  de hacer unas piezas de vídeo para la exposición. Una experiencia de los más enriquecedora, por cierto, que me permitiría, a mi y a quienes están colaborando conmigo en esta nueva aventura, ir adentrándonos en este nuevo territorio… recurrimos entonces, y únicamente, a materiales promocionales existentes en la red, a manera de found footage, formando distintos grupos de audiovisuales compuestos de diferentes monitores domésticos, a semejanza de souvenirs de un sueño. El sueño de la buenaventura, del tiempo libre, de un tiempo sin sufrimiento dónde el ocio, y poco más, sería la preocupación central de todos los europeos…

Antes de finalizar, quisiera citar, a continuación, el texto que Julia preparó para la exposición, que refleja, fielmente, su trabajo:

“La exposición es fruto de un proceso continuo de investigación que arranca en el 2010 con las primeras indagaciones sobre universos del ocio, ciudades fantasmas y paisajes de lucro. La pieza central del trabajo esta formada por el inventario fotográfico de la construcción especulativa abandonada en España. Se retratan parajes ocupados por conjuntos de edificaciones no completados dentro del territorio nacional. La reciente implantación masiva de enclaves de ocio, complejos turísticos y residenciales de todo tipo, ha transformado amplias regiones de la costa y ha llegado incluso a las provincias interiores. El ocaso prematuro de algunos de estos asentamientos a causa del estallido de la burbuja nos presenta, con imágenes de inquietante belleza, la incongruencia entre la vida corta de la especulación inmobiliaria —abortada por causas técnicas— y sus perdurables secuelas físicas.

El boom inmobiliario creó unas perspectivas de plusvalía ficticias, alimentando una  insaciable ansiedad por despegar que terminó en un desapego absoluto, no sólo del propio territorio, de la tierra, de las costumbres, sino también del sentido crítico y de la razón. Los resultados de estos años locos, aunque grotescos, impresionan por su contundencia y falta de timidez. Son monumentos de alto valor simbólico, porque resumen, de forma elocuente y visible, la compleja trama de complicidad social, política y económica que insiste, como si no hubiese otra opción,  que el único modelo viable para nuestra sociedad es el modelo de crecimiento. A cualquier coste, en cualquier lugar.

La muestra no es un censo de promociones fracasadas y no pretende ser representativo, la colección de los casos presentados responde a una selección personal. De  los lugares visitados a lo largo de los 10.000 km de viaje durante un periodo de dos años, 60 urbanizaciones fueron retratadas e investigadas de las cuales se pueden contemplar unas 35 en estas salas. La información que acompaña el inventario fotográfico procede exclusivamente de las promotoras inmobiliarias, archivos municipales y boletines del Estado.

La especulación inmobiliaria como fenómeno no se puede concebir sin contar con el elemento de la ficción. La simulación de la realidad representa una parte intrínseca del sistema (especular viene del latino specularis/espejo: mirar con atención al reflejo; hacer suposiciones sobre algo hipotético). La exposición  rinde cuenta a esta dualidad y lo incorpora de forma estructural. Realidad y ficción forman un tándem inseparable a lo largo del recorrido expositivo. Los documentos fotográficos están expuestos al lado de su correspondiente  información  promocional, la publicidad se contrasta con los propios datos estadísticos, el lema del complejo se yuxtapone a su currículo vitae oficial y los planos urbanísticos muestran el emprendimiento especulativo en relación al municipio que expide los permisos para ello. Sólo desde esta lectura doble, de la reciprocidad entre la realidad y la ficción, se puede llegar a comprender lo impensable, reconstruir lo inimaginable, constatar el disparate y sacar sus propias conclusiones.”

Lowcost

Viajar en Easyjet y pagar por tener entrada preferente es para idiotas, pienso, mientras observo a ejecutivos de medio pelo orgullosos por ser los primeros en embarcar. Minutos después, mi circunstancial compañero de vuelo, arquitecto americano, me preguntaría, como si yo fuera un experto en organización aérea, porqué los asientos no están asignados de antemano. No lo entiende. Todo esto le parece un caos. Viene de un mundo ordenado. Puede que sea un caos para el personal, le respondo, pero no para la empresa. Miro de reojo, un libro abierto descansa sobre sus rodillas. Incorporo su título antes de siquiera entenderlo: “Infancia en Berlín hacia 1900”. Él capta mi mirada. ¿Lo conoces?, pregunta. Sí, sonrío, cómplice, como si un desconocido me estuvieran mostrando la fotografía de un familiar querido. No entiendo mucho qué quiere de mi, me dice sincero, señalando el libro. Contesto: si tu no tienes asiento asignado, la gente, convertida en manada, sube a los empujones y codazos para situarse primero. O el caos, o pagas un sobreprecio para subir ordenadamente y sentirte privilegiado, diferente de la masa, del resto. Y esto mismo sucede con las maletas, el equipaje de mano, las bebidas, el bocadillo y todos aquellos servicios que antes venían asociados de forma natural al concepto de volar. Y en tierra, previo al embarque, en algunas compañías se pasea una azafata con cara de kapo y una caja de cartón hueca que va midiendo tu equipaje de mano. Tu rezas: por favor que el mío este dentro de los parámetros permitidos. Te entra el pánico. El terror. Solo deseas que la caja engulla tu equipaje, que no se quede fuera. Sabes que van a por ti. El que se salga de la fila, paga. Ese es el negocio. Tratarte mal, para que al final quieras comprar un “tratamiento especial”, un “tratamiento extra” que te diferencie de la gran masa de viajeros. Todas estas prácticas podrían enmarcarse dentro de lo que denominaríamos “figuras de ensayo general” y así, paso a paso, te van sacando lo que era tuyo, para cobrártelo luego, una vez más. En España, por ejemplo, cada vez más se pueden ver spots publicitarios sobre seguros médicos. Te bombardean con noticias sobre los recortes en la sanidad pública, te cuentan sobre personas que fallecen antes de acceder a una intervención quirúrgica, sobre cierres de hospitales, etcétera, y paralelamente, crece la publicidad sobre los seguros médicos privados: empresas  “que están cerca de los tuyos” y “que te cuidarán en el momento más importante” (muchas de ellas, a más hipocresía, asociadas a los bancos…). Todo es parte de la misma estrategia. Sin embargo, si no daríamos alas al sistema participando en él, estos vuelos, por ejemplo, no tendrían razón de ser. ¿No es así? Pero claro, ¿queríamos volar barato, no? ¿nos llenamos la boca con eso de la “democratización” del turismo? Pues aquí lo tenemos… pero eso sí, si ya eliges viajar en una compañía lowcost, cómo mínimo, no seas tan idiota de pagar por tener acceso preferente… no les des ese gusto…

Coincidiendo con el final de la inesperada perorata, el avión inicia su carrera, levanta vuelo, y enfila recto hacia la costa Mediterránea.

Mi compañero de viaje cierra su libro, y permanece largos minutos mirando por la ventanilla… momentos después, se gira hacia mi, y me reprocha, triunfante: entiendo por dónde vas, por otro lado, si Walter Benjamin escribió este libro en los años treinta, ¿cómo podía predecir los vuelos lowcost…?

De placas conmemorativas y crímenes históricos

En la fachada de un ayuntamiento de una pequeña ciudad centroeuropea encontramos la siguiente placa conmemorativa: “en memoria de los crímenes cometidos por los regímenes comunistas a nuestros ciudadanos [1945-1989]”. Me quedo mirándola y trato de imaginar una placa similar, en unos años, que rece: “en conmemoración de las miles de víctimas del capitalismo salvaje [1989-20¿?]”.

nota aclaratoria: no pongo al mismo nivel los crímenes de la dictadura comunista con la democracia. Lejos estoy de una postmodernidad que tantos males nos ha traído. Pero nuestro sistema democrático ha dejado hace tiempo de estar al servicio del ciudadano para convertirse en coartada criminal de los intereses económicos del momento. ¿Cómo explicar sino el desahucio de 350,000 familias, y tan solo en España? ¿O la condena al paro de más del 25% de la población activa del país? ¿Imaginemos el «transfer» de 350,000 familias por la fuerza? ¿No se podría considerar, en un futuro, bajo el prisma de una sociedad que evolucione hacia una forma de gobierno al servicio honesto de la población, como un crimen de lesa humanidad? Miremos a Grecia, por ejemplo, y veamos los desmanes que se están haciendo en nombre de esa supuesta democracia, que no deja de ser una sigla vacía de contenido, en la medida en que la ciudadanía, y sus verdaderos representantes, no logren subyugar los intereses particulares de algunos y sus colaboradores, al interés general de la sociedad. Todo el resto, no son más que habladurías retóricas vacías de todo sentido. Democracia, por supuesto, sí. Pero exige su refundación, devolverle su sentido. 

Haciendo tiempo

En Berlín, dentro de un par de horas vuelvo a presentar aquí “Quién mató a Walter Benjamin…”.

Mientras tanto, y aprovechando el tiempo (y el clima, que más que un julio estival nos recordaría a un febrero mediterráneo tormentoso), hago un poco de orden. Encuentro un documento, escrito hace tiempo, con dos notas mías:

«En muchas circunstancias si uno callaría, no habría más que hablar. Deberíamos comenzar a discernir entre el encuentro y los simulacros de diálogo. Entre el hablar y la verborragia compulsiva. ¿Con cuánta gente nos encontraríamos si dejásemos de monologar?»

«Un proyecto no puede arrastrase infinitamente, pienso, mientras contemplo el reflejo de las torres sobre el mar… primero fue el reflejo, luego las torres. No, pienso, un proyecto no debería posponerse constantemente… empezar a cavar sobre una tumba».

Algo más: en mi vuelo hacia aquí, me acompaño Klaus Mann y algunos de sus artículos. Da temor ver hasta que punto sus escritos de los primeros años 30′ recuerdan nuestro momento histórico. Cito: «nuestro continente y nuestra civilización parecían encontrarse en un estado de relativa tranquilidad. ¡Vaya ilusión! Aquella era la calma que precede a la tormenta y los rayos no tardaron en caer: crisis económica, empobrecimiento progresivo, victoria de los fascismos, amenaza de guerra mundial. Todos nos vimos implicados. De entre aquellos que tenían corazón e inteligencia, nadie permaneció indiferente. Y los mejores cambiaron» (1935).

Luego pensé… ¿quién hubiera imaginado su presente cinco años antes? ¿y el nuestro dentro de cinco?

Por eso, ayer hablando con M., le explicaba que estos tiempos que estamos viviendo exigen otro tipo de respuestas dentro del arte. Y  más aún, si es cine documental. M., tras un corto silencio, responde, sonriente y marcando su acento: «España será el Stalingrado del euro. Ya lo verás».

La ocupación

Nos cuentan que Alemania presiona para que España acepte, finalmente, solicitar el fondo de rescate europeo. Quieren nuestra rendición incondicional. Tras un par de años de bombardeos de deuda masivos, ataques bursátiles y terrorismo financiero, el enemigo ya está maduro para solicitar su rendición. Otro país más a sumarse a la lista de territorios ocupados, sin soberanía, con mano de obra barata, y grandes oportunidades de negocio.
No sé que les pasa a esta gente, de que mal incurable sufrirán: cada vez que levantan cabeza, miran a hacia el resto del continente y ya están elucubrando como hacerlo suyo. Sino sirven las armas, servirá la economía, piensan.
Y allí los tenemos ocupando Atenas, Lisboa, Dublín… y quieren también Madrid. ¿Cómo lo lograrán? Muy sencillo (ay, bendita memoria histórica): cuatro columnas que avanzan hacia la capital y una quinta, que bien agazapada entre sus ministerios y bancos, espera ansiosa el momento de sumarse a los festejos de ocupación…
Pero se olvidan el final de la fábula nibelunga (¿memoria selectiva?): siempre que se les dio por fastidiar al continente, terminaron rendidos, por no decir, con su capital arrasado (valga el error sintáctico, que no cambia para nada el sentido de lo dicho).

El moscardón

El sonido del insecto se ha convertido en un murmullo constante, habitual. Sobrevuela la ciudad, hasta altas horas de la noche. Busca sospechosos, incidentes. En realidad no busca nada: solo intimidar. Ensayo general de ciudad ocupada. ¿Cuántos días llevamos así? Lecheras antidisturbios se convierten en parte del paisaje habitual, rodando por las avenidas, haciendo notar su presencia. Policías en las esquinas. Exigencias de identificarse en las manifestaciones.

Las narrativas clásicas siempre funcionan. Es como si las personas no termináramos de aprender. Generar la violencia, para tener la excusa de la represión. Estrategia antiquísima. Lo hemos visto el pasado 29 de marzo. ¿Acaso alguien se cree que los estudiantes detenidos eran los mismos que rompían los escaparates y quemaban contenedores? Yo estaba filmando esa mañana en El Corte Inglés de Plaça Catalunya. Vi tres chavales con pinta de quinquis, con su cara tapada, acercarse a los manifestantes en busca de gresca. Los congregados le recriminaron su actitud. A falta de acción, se alejaron en busca de otro escenario. Testimonios como estos he oído bastantes. Todos coincidentes: los que comenzaban la violencia no parecían parte de la protesta (su estética, la manera de actuar, etc.). Da que pensar. Luego viene la prensa y festeja: habla de los disturbios, de la violencia, pero no del éxito de la concentración. Pensemos: si la violencia está tan arraigada en Barcelona, tal y como justifican los responsables de mantener a la población a raya, ¿cómo es que no ha habido ningún incidente durantes estas dos semanas que nos las pintaban como el Apocalipsis? Ellos dirán que es porque se han tomado precauciones… pero nosotros lo sabemos. El moscardón seguirá volando sobre nuestras cabezas… ahora mismo ya me está llegando su resuello.

De huelgas y benjaminianos

Iba a escribir sobre la huelga, sobre la enorme concentración de personas en la manifestación, sobre el seguimiento en el centro de Barcelona y sobre como nadie habló de ello –lo importante– con la excusa de los disturbios posteriores. Iba a escribir de todo esto, y de cómo los antidisturbios, una especie de cuerpo de antisistemas pagado por el Estado, disparaba sus pelotazos de goma a la masa de manifestantes, sin discriminación (“yo lo vi”). No sé si hay o no una estrategia a priori, pero el resultado es siempre el mismo: amedrentar a la gran masa de manifestantes normales… familias, gente con niños, gente que va a manifestarse en paz. Las protestas pacíficas son siempre molestas.

Decía que iba a escribir sobre estas cosas cuándo ayer, antes de irme a la cama, tuve la mala idea de echarle un vistazo a facebook. Al abrirlo, me araña la imagen de una caricatura (en alemán) a manera de díptico. En el dibujo de la izquierda, bajo el vocablo “ayer”, vemos un soldado nazi deteniendo a un niño judío, y al fondo, lo que parecerían ser las ruinas de un gueto europeo. En la viñeta  de la derecha, bajo el “hoy”, un soldado israelí frente a un niño palestino (lleva kefia) y tras él el paisaje desolado de una posible Gaza. Lo que más me sorprendió del asunto no fue el dibujo, ni la caricatura, acostumbrados ya como estamos a todo tipo de necedades cibernéticas. Sino el remitente, es decir, la persona que la cuelga: un digno profesor universitario, especialista en literatura alemana, y para más inri, estudioso de Walter Benjamin (así nos conocimos). A decir verdad, ya había detectado algo de escurridizo en su discurso…

Años atrás, escribí unas notas para un texto que no seguí y que versaba sobre el peligro de muchos “benjaminianos” para el mismísimo legado de Benjamin. La ortodoxia, el sectarismo y la cerrazón que acompañan a muchos de estos discursos (no es distinto a lo que sucede con Goya: muchos goyistas de hoy, de haber sido parte de la Comisión del Cabildo del Pilar, también hubieran rechazado su obra).

Hace unos días, en Berlín, M. me confiesa que tras algunos autodenominados benjaminianos, él cree encontrar, a veces, un “ligero” antisemita: quieren a Benjamin, pero soslayando todo lo judío que hay en él. De ahí, que se opongan, de manera instintiva, a todo discurso que apele a sus influencias hebreas.

Viendo lo visto durante todos estos años alrededor del tema, make sense.

El tiempo libre

En mi libreta, encuentro anotada una frase oída hace un par de semanas, al pasar por la puerta de una gran superficie de compras: “disfrute de su tiempo libre, comprando en nuestras rebajas”. De juzgar por la cantidad de gente que entraba y salía, la frase tiene bastante éxito.

Tiempos de Crisis

Visito a A., miro su despacho, resistiendo, solo. Sonrío, me dice : “cuándo la nave es grande, mayor necesidad de grandes espacios de maniobra. En tiempos de crisis, el tamaño del barco se torna fundamental…”

Sueños I

Elena Salgado, acompañada por dos personajes de mi película, entra en escena. Un gran predio que parecería representar una especie de reserva natural, dónde habitarían salvajes cocodrilos. La ministra camina cargando con una voluminosa carpeta bajo el brazo. No recuerdo si mi trabajo es el de cuidador de la reserva o el de guía de los visitantes, pero el caso es que sé que los cocodrilos tienen la singularidad de enloquecerse con el gusto del papel. ¡Les encanta el papel! Engatusando a la ministra, la invito a acercarse, y en un santiamén, mis bestias amigas se zampan la carpeta entera… y con ella, los presupuestos del Estado del próximo año… La observo sonriente, aliviado…

Juan y Pinchame se fueron al río…

Vamos al banco. Renovación de cuenta de crédito…
Me viene a la memoria un juego infantil que solía divertirnos en los primeros años de la escuela. Uno venía a un compañero, con un alfiler escondido, y declamaba, como si de una adivinanza se tratara «Juan y Pinchame se fueron al río, Juan se ahogó, ¿quién quedo?». El otro, distraído, respondía «Pinchame». Y ahí estábamos nosotros clavándole el alfiler.
Lo del banco me parece bastante similar…

(hace unos días, en una cena, alguien lanzo la paranoica idea de que todo lo que hacemos en realidad existe para mantener a los bancos. Y dirigiéndose a mi, me dice: «Por ejemplo, veamos tu trabajo. Tu haces un documental. Firmas coproducción con la cadena de televisión tal y cual. Ellos no te dan todo el dinero, ya que te lo van dando en fases. Entonces tu tienes que ir a pedírselo al banco, para poder producir la película. En el camino, se va entre el siete y el diez por ciento. Es muy probable que ese mismo importe firmado con la cadena de televisión este depositado en esa misma entidad bancaria, que te lo están prestando a ti por un interés equis, cuándo, desde el principio, supuestamente, era tuyo».
Visto así, pienso más tarde, es desesperante).