Los gritos

«Lo que olvido de los niños es el jaleo incesante que arman, en una palabra, gritan. Gritar no es simplemente hablar desgañitándose, no es un medio de comunicación absoluto, sino una manera de ahogar la voz de nuestros rivales. Es una forma de agresividad. Una de las más puras que existen. Fácil de practicar y enormemente eficaz. Puede que un niño de cuatro años no sea tan fuerte como un adulto pero, desde luego, es más ruidoso. Una de las primeras cosas que deberíamos aprender en el proceso de convertirnos en seres civilizados: no gritar».

Diario de un mal año, J. M. Coetzee.

#87

El sacrificio. Leo la siguiente noticia: en un pequeño pueblo de Minnesota, los vecinos sorprenden, cuchillo en mano, a un hombre a punto de matar a su hijo. El niño, amordazado, está atado sobre un altar improvisado al fondo del jardín. Sólo un milagro explica que los vecinos logren detener al padre antes de cometer el asesinato. En el interrogatorio, el hombre argumenta –tranquilo y convencido de sus actos– haber oído a Dios decirle que mate a su hijo en ofrenda. En el juicio, la defensa alega enajenación mental. El acusado protesta. No quiere que lo tomen por un desequilibrado. Insiste: fue Dios quién se lo ordenó la mañana de los autos. Explica que acababa de levantarse y, mientras bebía su primer café y su hijo todavía dormía, Él le habló. No era la primera vez. Pero sí la primera en recibir un claro mensaje de acción. El juez duda. Los peritos no logran unanimidad. Desfilan teólogos, psiquiatras, rabinos, curas e imanes. Finalmente el magistrado tiene que tomar una decisión… El acusado todavía no ha salido del hospital psiquiátrico en el que lo encerraron. El niño, ya adolescente, crece feliz con sus abuelos.

#81

Portes ouvertes. Un señor con tez de no haber visto el sol en siglos –americana, camisa y corbata que parecerían hacer juego pero no– nos da la bienvenida. En la sala, unos cien padres y madres. El sonido amplificado resulta pastoso, apenas inteligible. El hombre se llena de palabras ampulosas. Capto conceptos como ‘educación del futuro’, ‘mejores oportunidades laborales para nuestros hijos’, ‘multilingüismo’, ‘herramientas digitales’, ‘actividades culturales’… Nos vende un producto, no una escuela. La palabra modestia parecería no existir en su léxico. Personaje gris, hombros ligeramente encorvados, joven pero ya viejo, que pretende explicar con palabras antiguas lo que considera el futuro. Si rascamos un poco, no vemos más que los agujeros del gruyer, carcomido por los ratones. Una sociedad que hace años dejó de ser lo que se cree que todavía es… En el fondo, pienso, no es más que una cuestión económica y de convención social. Con el mismo presupuesto, toda escuela sería igualmente buena (y seguramente mejor); y si dejásemos de otorgarles el beneficio de la supremacía en el campo de la cultura, veríamos que no es más que jerga aparentemente inteligente decorada con palabras altisonantes, nada más…

Primer día de escuela

Es cómo si en un último ataque de lucidez -instintivo, por cierto- los niños se negarían a entrar en esa moledora de carne que es la educación institucionalizada. Se resisten, lloran, patalean… la guerra esta perdida. Lo intuyen. Lo saben. Pero es la única manera de no caminar mansamente hacia su perdición…