Portes ouvertes. Un señor con tez de no haber visto el sol en siglos –americana, camisa y corbata que parecerían hacer juego pero no– nos da la bienvenida. En la sala, unos cien padres y madres. El sonido amplificado resulta pastoso, apenas inteligible. El hombre se llena de palabras ampulosas. Capto conceptos como ‘educación del futuro’, ‘mejores oportunidades laborales para nuestros hijos’, ‘multilingüismo’, ‘herramientas digitales’, ‘actividades culturales’… Nos vende un producto, no una escuela. La palabra modestia parecería no existir en su léxico. Personaje gris, hombros ligeramente encorvados, joven pero ya viejo, que pretende explicar con palabras antiguas lo que considera el futuro. Si rascamos un poco, no vemos más que los agujeros del gruyer, carcomido por los ratones. Una sociedad que hace años dejó de ser lo que se cree que todavía es… En el fondo, pienso, no es más que una cuestión económica y de convención social. Con el mismo presupuesto, toda escuela sería igualmente buena (y seguramente mejor); y si dejásemos de otorgarles el beneficio de la supremacía en el campo de la cultura, veríamos que no es más que jerga aparentemente inteligente decorada con palabras altisonantes, nada más…