Manifestación animalista. Pancartas: «Fuera fascistas de nuestros montes». Se les caería la cara de vergüenza si supiesen que grandes asesinos de masas eran vegetarianos y amantes de los animales.
(enero de 2019)
Fábulas sociales, contradicciones, invenciones. Cosas que se dan por ciertas y no lo son. Espejismos del nacionalismo. Esquizofrenia de la izquierda. Mentiras de la derecha…
Manifestación animalista. Pancartas: «Fuera fascistas de nuestros montes». Se les caería la cara de vergüenza si supiesen que grandes asesinos de masas eran vegetarianos y amantes de los animales.
(enero de 2019)
Casa América. Cafetería. Madrid. En la mesa vecina un hombre de unos cuarenta años. Gafas oscuras cuadradas, pasadas de moda, cabello negro, bigote, libreta abierta. Con el rabillo del ojo busca alrededor. Quiere iniciar conversación, se aburre. Inevitablemente, se dirige a mí. Se presenta. Artista mexicano, venido por Arco. Doy respuestas cortas, nada que dé lugar a más. Quiero estar solo, en silencio, disfrutar de un momento de lectura tranquila. Parece no percatarse. Me pregunta por «mi tierra». Que si voy, que si no voy. Ante lo evasivo de mis respuestas, que él confunde con desinterés por eso que denomina «mi tierra”, sentencia moralista –más cercano a un militar golpista que a un creador–: «no hay que olvidar tus raíces». Harto, le pregunto: «Cuándo me miras, ¿qué ves?… ¿una planta o una persona?».
(2008)
La propina eterniza la condición servil. Relación colonial de clase dominante. La propina genera una situación de sumisa espera que debería ser desaprobada, rechazada por insultante. El trabajo, sea el que fuese, ha de tener un precio digno pactado de antemano.
(septiembre 2019)
Consulado de Colombia. Trámite de visado. Una mujer le dice a otra: «renunciar a tu patria es como renuncia a tu madre, mi tierra es mi tierra». La mujer se percata de mi atención. Mirada reprobatoria, condescendiente.
(noviembre 2010)
En la plaza. Oigo a un padre decirle a otro: «Hombre, ¡has de disfrutar la vida como si fuese el último día!».
«¡Que imbécil!», pienso observando al prototipo de piso-propio-e-hipoteca –cuenta en La Caixa, votante de Convergencia, bermudas azul oscuro por sobre la rodilla, camisa de manga corta– que sale los domingos a jugar un ratito con su hijo.
La frase, por más que se repita hasta el hartazgo, es cáscara vacía. Se deja de lado un elemento fundamental. Justamente lo que se convierte, a lo largo de nuestra existencia, en una pesada carga: el aspecto económico, material.
Si tuviera que vivir cada día como si fuese el último, no me preocuparía por tener ahorros, ni pagaría impuestos, ni menos aún cumplimentaría la declaración de la renta. Con lo cual, la frase no resiste el menor examen.
(enero 2018)
El lugar era muy jerárquico.
Estaban los que ganaban mucho. Los que ganaban más o menos. Y los que ganaban poco. Los que ganaban mucho se dignaban a hablar con los que ganaban más o menos, pero nunca con los que ganaban poco. Estos últimos existían gracias a la «bondad» de los primeros. Eran ellos quienes, con su buen talante, cultura y tolerancia, invitaban a los que ganaban poco a ganar un poco más de poco.
Sin embargo, los que ganaban poco sabían que eran la excusa para que los que ganaban mucho siguieran ganando mucho. Lo sabían, pero no servía más que para amargarse.