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Veo la siguiente oferta de empleo:
«Para taller de bisutería se busca una persona que se dedique a la comunicación, pero que también sepa hacer otras tareas, sea polivalente, multitarea y abierto. Entre otras: páginas web, notas de prensa, pintar objetos, retocar fotografías, hacer vídeos, responder mails y llamadas, contratar proveedores. Se necesita alto nivel de inglés (se ha de poder hacer pequeñas traducciones) y buen conocimiento de edición de imágenes. Se ofrece media jornada, sueldo bruto anual 9000€, doce pagas.». 
Completo mentalmente el anuncio: «y que sepa coser, que sepa planchar y que sepa abrir la puerta para ir a jugar…».  

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En las redes sociales corre un video sobre unos animalistas tratando de criminales a unos campesinos. Sucede en Catalunya, como podría suceder en cualquier otro lugar de nuestro occidental, rico y contemporáneo mundo. Detengamos el vídeo. Observemos un frame cualquiera. Los manifestantes, jóvenes, ellos y ellas, manos que nunca han madrugado para el trabajo físico, blancas, finas, suaves; camisetas con eslóganes progresistas, bermudas, bambas coloridas, calcetines cortos. Frente a ellos, gente de mediana edad, robusta, ropa de trabajo, calzado tipo borceguíes, calcetines gruesos y altos… Y en el medio, entre los dos bandos, los pollos y las pollas… 

(agosto 2019) 

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En la silla, una mujer. Frente a ella, el juez. Detrás, un enjambre de periodistas ávidos de frutos amargos que sirvan de desayuno a sus lectores. 

El caso tiene interés: una señora respetable, pasados los sesenta, recibe la comitiva a tiros. Parapetada tras una mesa, sillas y un sofá a modo de trinchera, grita que «no se dejará expulsar de su casa “por las buenas”». Resultado: un policía herido de bala, un agente judicial magullado, el representante de los ‘buitres’ (piel gris, gafas, portapapeles de piel en una mano), indemne. Los periodistas se relamen en los detalles, los exprimen hasta dejarlos secos, como cáscara vacía, despojo sin sentido. Entrevistan a los vecinos, a las amigas, a los feligreses de la iglesia… 

«Silencio en la sala», ordena el magistrado. 

Su mirada severa, la mano lista para sentenciar, un movimiento y el rumbo de una vida se tuerce (¿le quitará el sueño, acaso?). 

Su voz interrogante, trona: «Señora, ¿por qué lo hizo?». 

La sala expectante. 

La acusada (menuda, insignificante en su disimulo de `mujer bien’) contesta monocorde: «No tenía dónde ir». 

El público se remueve. 

La mujer agrega con naturalidad: «En prisión, sé que al menos tendré un techo y comida». 

(noviembre 2018)

#52

Hace unos meses leía la noticia sobre un joven cazador de Montana que había sido atacado por un oso de gran tamaño. El joven logró librarse tras introducir su brazo en la garganta del animal, provocándole arcadas… Con heridas en todo el cuerpo, desde su cama de hospital, declara: «Quiero que todos sepan que no fue culpa del oso. Estaba tan asustado como yo”. Enseguida pensé: eso se llama ‘ecuanimidad’.

El despropósito mediático [II]

Hace un par de años, un importante periódico local se lanzaba en un furibunda tematización sobre los «maleantes incívicos» que azotaban la tranquila y siempre pacífica multiculti Barcelona. Era verano, agosto. Lo recuerdo. Recuerdo la sorpresa de encontrarme, sin ton ni son, con primeras planas alarmistas que parecían ser el retrato de un irreconocible suburbio tercer mundista -vivo en pleno centro de la ciudad, escenarios de las aquellas supuestas descripciones-.
Problemas habían, los ví desarrollarse, crecer… ¿pero por qué justo en ese agosto? ¿por qué en ese momento?
Más tarde me quedo claro. El alcalde de aquella época (el administrador Clos) llama a una reunión urgente del consistorio: se toman las primeras medidas, se llega a redactar -y a aprobar- una nueva ley de «vagos y maleantes». Con la nueva doctrina en la mano, el ajuntament se lanza a la limpieza de «putas», «drogadictos», «lateros», «estatuas humanas», etc… Las calles quedan limpias para exponer el fulgor de una ciudad segura entregada a la orgía consumista del turismo. Lo que parecía en un principio un ataque al gobierno de la ciudad, no era más que un autogolpe.
Dos años después, con aquel alcalde haciendo vaya a saberse qué en Madrid, y con su gris y fofo sucesor a la cabeza, volvemos a lo mismo. Tras los meses de alarmismo sobre la seguridad en los chalets y los ataques a joyeros, ahora tenemos una novedad: que cuándo se alquila un piso el pobre propietarios queda desvalido a merced de los «malos» y víctima de la pasividad de la justicia y de las fuerzas de seguridad. En todas estas noticias, los okupas son «extranjeros». Es decir, gente que se mete en nuestras casas y nos dejan sin vivienda, nos echan a la calle, se comen nuestra comida, se fornican a nuestras mujeres y no nos dejan vivir en nuestra propia ciudad (enésima adaptación del argumento arcaico y mitológico… tan eficaz a los tiempos que corren).
La narrativa es la misma que en el primer caso: se necesita mano dura, una justicia más rápida, una policía eficaz. Recordemos, estamos a pocos meses de las elecciones.
Si bien, y ya sea solo por cuestiones estadísticas, damos por sentada la existencia de aprovechadores que se hacen fuertes en pisos alquilados, ésta no es la norma.
Servidor y todos sus conocidos viven de alquiler, pagan puntualmente, se llevan bien con los dueños de su hogar. En ningún periódico se escribe sobre otra realidad, mucho más grave, y vaya lo que sigue tan solo como ejemplo:

R. es mujer. Vive en un piso alquilado hace cinco años. Se vence el contrato. Mientras tanto ella ha tenido una niña. Trabaja de camarera. Su sueldo llega apenas a los 800 euros, con suerte. El dueño del piso, al renovar el contrato, quiere doblar el alquiler. Es imposible. R. no sabe dónde vivirá desde marzo. Sin embargo ella no se hace fuerte, no se queda y deja de pagar… ¿no debería hacerlo? ¿no debería haber alguna ley que prohiba pasar de cobrar 450€ a 900€ por el mismo servicio, de un mes a otro?
(puntualicemos por si alguién se despista: el alquiler original ya sufría el aumento anual correspondiente al IPC… cuatro por cien multiplicado por cinco… el precio original ya se ha “reajustado” en un veinte por cien)
¿Qué justifica entonces semejante subida? ¿quién la defiende a ella?
¿Esa prensa local, matrona alarmista, representante de los poderosos…?
Resumiendo, hay que limpiar las calles de extranjeros, dejarlas brillantes para seguir captando capital fácil, y rápido. Que los pisos se conviertan en hoteles, que las tiendas en «souvenirs», que los espacios públicos en forums… y si esto no es suficiente, se necesita mano dura con todos. Que aquí, el que no corre vuela…
(no deja de extañar esta «nueva/vieja» tematización justo en momentos pre electorales y cuando el gobierno autonómico intenta sacar una ley punitoria a los pisos vacíos…)