166

Corría el año noventa y ocho, tal vez noventa y nueve. Estaba cursando mis estudios de doctorado en la universidad («la patera de oro», así es como llamaba una amiga mía a mi beca). Teníamos un profesor invitado, anglosajón, que llegaba, se sentaba, decía sus buenos días, y comenzaba a leer su clase. Hora y media, lectura pausada, acento pesado, insoportable. La clase tenía lugar muy temprano por la mañana. Una hora de viaje para oír a alguien leer… El hombre, además de flemático y madrugador, era posmoderno. Un bodrio. Que El Pato Donald, que Hollywood… Algún día hasta tuvo su desliz sobre los judíos, rápidamente rectificado (el antisemitismo, aún en las almas más progresistas, está mal visto y hay que ocultarlo, por supuesto, y nada mejor que una pátina de antisionismo dónde al judío se le condena a vagar por el mundo, no sea cosa que tome las riendas de su propio destino, «¿desde cuándo los judíos tienen la insolencia de negarse a caminar sin chistar hacia la muerte? ¡Esto no puede ser!»). Bueno, exagero, lo sé. No le oí decir nada de eso, pero se podía adivinar, ya saben, un sexto sentido, demasiado desarrollado a través de los siglos, a veces basta con la punta de la lengua asomándose, para ponerse en guardia. O solo la manera de pronunciar la jota cuándo se dice la palabra judío, una jota que más que una letra parecería el filo de una navaja. En fin, que sensibilidad o no, ya se puede adivinar que el tipo no me caía nada bien. Y seguramente era recíproco (también ellos son sensibles). Sea como sea, un día, harto ya de tanta parafernalia, de tanto ruido dialéctico vacío, de palabras que no significaban nada, de significado perdido, de significante sin retorno, le espeto: «los posmodernos sois el caballo troyano de un capitalismo salvaje que nos terminará por arrollar a todos». No ahondaré en su reacción. Además de sensible, el hombre era rencoroso. Fue mi peor nota de universidad, pero me salvé de seguir asistiendo.  

(junio de 2020) 

163

Los manifiestos nunca valieron para nada. Nunca han servido para evitar una guerra, ni siquiera para cambiar políticas. No se logra nada con su firma. Los manifiestos no son más que autobombo, afirmar la pertenencia al club de la gente bonita, sensible. Mi amigo J. dice: «No fueron los intelectuales los que detuvieron el avance del nazismo, sino la fuerza de quienes empuñaron las armas. Los “firma-manifiestos” son los primeros en escabullir el bulto cuándo el asunto quema. No lo olvides ni confundas los términos».  

(agosto del 2015) 

158

Manifestación animalista. Pancartas: «Fuera fascistas de nuestros montes». Se les caería la cara de vergüenza si supiesen que grandes asesinos de masas eran vegetarianos y amantes de los animales. 

(enero de 2019) 

145

La propina eterniza la condición servil. Relación colonial de clase dominante. La propina genera una situación de sumisa espera que debería ser desaprobada, rechazada por insultante. El trabajo, sea el que fuese, ha de tener un precio digno pactado de antemano. 

(septiembre 2019)

137

En la plaza. Oigo a un padre decirle a otro: «Hombre, ¡has de disfrutar la vida como si fuese el último día!».  
«¡Que imbécil!», pienso observando al prototipo de piso-propio-e-hipoteca –cuenta en La Caixa, votante de Convergencia, bermudas azul oscuro por sobre la rodilla, camisa de manga corta– que sale los domingos a jugar un ratito con su hijo.  
La frase, por más que se repita hasta el hartazgo, es cáscara vacía. Se deja de lado un elemento fundamental. Justamente lo que se convierte, a lo largo de nuestra existencia, en una pesada carga: el aspecto económico, material.   
Si tuviera que vivir cada día como si fuese el último, no me preocuparía por tener ahorros, ni pagaría impuestos, ni menos aún cumplimentaría la declaración de la renta. Con lo cual, la frase no resiste el menor examen. 

(enero 2018) 

#107

El pensador mediático. Otrora incómodo, los avatares de la política lo convierten en ideólogo oficial del movimiento. Se torna conocido, reconocido. Mentado todo el tiempo, aparece constantemente.Tertulias, columnas de opinión, clases magistrales, pregonero. El discurso se reblandece. Fofo, inofensivo. Deviene en discurso inocuo, apto para todos los públicos, incapaz de herir.

(noviembre 2018)

#93

Siempre la misma sospecha: que el peligro se agazapa inmediatamente tras la lengua, dispuesto a encaramarse, vistiéndose de las formas más diversas… Una conversación alrededor de una mesa… Está a punto de salir. El monstruo asoma la lengua, bífida, apenas un instante, un guiño imperceptible. Vuelve a esconderse. El resto de la velada parecería transcurrir con normalidad, pero es tan solo una ilusión. Quiénes vimos aquella lengua lo sabemos. Y ya nada podrá ser como antes.

#90

Años atrás…

Estaba en diálogo con un productor para un proyecto que quería realizar. Un día me llama, apremiante. Me pregunta si tengo carnet de partido. ¿Carnet de partido yo?¿No me conoce acaso? ¿Yo con carnet de partido?, pienso sorprendido ante la pregunta idiota del producer.

Opto por la ironía: «¡El que quieras! ¿Cuál necesitas? ¿de qué partido? ¡Voy ahora mismo y me lo hago…!». «David, no es una broma», se justifica avergonzado, «¿tienes o no tienes?, porque yo no tengo».

El proyecto no salió…

#86

Perdonadme la frivolidad. Permitídmelo. No solo me molesta tener que aguantar la vulgaridad de Trump y de está era que comienza. Sino también los discursos, manifiestos, películas y todas ese festival progre- autorreferencial-aburguesado que no hace más qué comenzar. ¿Otra vez Michael Moore aplaudido en Cannes? ¿Otra vez premios de cine con actores «sensibles políticamente»? ¿Otra vez manifestaciones de gente ‘guay’? ¡Qué horror! ¿Dónde estaban todos estos quejicas-de-buen-pasar mientras se estaba gestando el desastre?
En el año treinta y nueve, Frida Kahlo visita París con motivo de una exposición que le está organizando André Breton. Decepcionada ante todo lo que ve, escribe a Nicholas Murray: “Preferiría sentarme a vender tortillas en el suelo del mercado de Toluca, en lugar de asociarme a esta mierda de ‘artistas’ parisienses, que pasan horas calentándose los valiosos traseros en los ‘cafés’, hablan sin cesar acerca de la ‘cultura’, el ‘arte’, la ‘revolución’, etcétera. Se creen los dioses del mundo, sueñan con las tonterías más fantásticas y envenenan el aire con teorías y más teorías que nunca se vuelven realidad.” Y agrega, “valió la pena venir sólo para ver por qué Europa se está pudriendo y cómo toda esta gente, que no sirve para nada, provoca el surgimiento de los Hitler y Mussolini.”
(enero 2017)

#82

Hace unos días la prensa se hacía eco del trabajo de un joven artista israelí que, a manera de instalación web, mostraba su indignación sobre lo que sucedía en Berlín, en el Monumento a los judíos de Europa asesinados.

El joven artista, Shahak Shapira, echa mano de selfies tomados por visitantes –en actitudes poco solemnes– y las superpone con fotografías documentales del exterminio.

Es fácil tocar las teclas necesarias para generar el escándalo, la emoción. Eso no exige más qué un ligero conocimiento de los medios. De la dinámica que los caracteriza. Hoy en día, diríamos, de su viralidad.

El nazismo  –y todos sus parientes totalitarios cercanos–, son el resultado de la pulsación de teclas claves, manipulación emocional, movilización de los sentimientos primarios de las masas.

Es por eso que el tema que nos ocupa nos reclama ser asumido con humanidad, empatía, calidez,  inteligencia. Sin titulares. Sin manipulaciones. Evocar, más que provocar.

No hay dudas sobre las tensiones existentes entre el emplazamiento del monumento y la manera en que los visitantes lo experimentan. Pero el énfasis no debería hacerse sobre unos adolescentes que juegan sacándose estúpidos selfies. Ha de centrarse en el sentido mismo de la obra, del monumento, de su lugar físico, de su construcción.

Mucho se ha escrito sobre el tema, y el mismo concurso para la realización del Denkmal dio lugar a un debate interesante sobre cuestiones de memoria y su representación.

Entre los concursantes, quisiera destacar una propuesta de Horst Hoheisel, con quién tuve la suerte y el placer de coincidir en Portbou, hace unos años, en el marco de unas jornadas sobre el legado de Walter Benjamin. Su propuesta consistía en lo que se dio en denominar el anti-monumento. Él proponía que si realmente se quería rendir homenaje y mostrar arrepentimiento, habría que dinamitar la  colosal Puerta de Branderburgo, convertir sus piedras en polvo, y esparcirlos en la zona. ¿Qué mejor manera de honrar la memoria de los asesinados que por medio de la destrucción de este monumento, símbolo del imperio prusiano? En lugar de conmemorar la destrucción con otra construcción, el artista proponía conmemorar la destrucción con la destrucción, dejando allí un vacío perenne, en constante recuerdo de aquello que fue aniquilado.

Como era de esperar, la propuesta nunca fue aceptada. Y lo que tenemos ahora es ese extraño laberinto en el corazón de Berlín, a los pies de las embajadas aliadas occidentales y a unos metros de la Brandenburger Tor.

Los monumentos y memoriales son más un relato contemporáneo que del pasado. Y su emplazamiento y la experiencia del visitante tiene mucho más que ver con nuestro tiempo que  con el de las víctimas. Dudo mucho que los púberes que corretean jugando al escondite entre los bloques de cemento piensen realmente que estén haciéndolo entre las tumbas. El problema está, si acaso, en la cultura del selfie, y en la misma propuesta –y tradición– conmemorativa.

#81

Portes ouvertes. Un señor con tez de no haber visto el sol en siglos –americana, camisa y corbata que parecerían hacer juego pero no– nos da la bienvenida. En la sala, unos cien padres y madres. El sonido amplificado resulta pastoso, apenas inteligible. El hombre se llena de palabras ampulosas. Capto conceptos como ‘educación del futuro’, ‘mejores oportunidades laborales para nuestros hijos’, ‘multilingüismo’, ‘herramientas digitales’, ‘actividades culturales’… Nos vende un producto, no una escuela. La palabra modestia parecería no existir en su léxico. Personaje gris, hombros ligeramente encorvados, joven pero ya viejo, que pretende explicar con palabras antiguas lo que considera el futuro. Si rascamos un poco, no vemos más que los agujeros del gruyer, carcomido por los ratones. Una sociedad que hace años dejó de ser lo que se cree que todavía es… En el fondo, pienso, no es más que una cuestión económica y de convención social. Con el mismo presupuesto, toda escuela sería igualmente buena (y seguramente mejor); y si dejásemos de otorgarles el beneficio de la supremacía en el campo de la cultura, veríamos que no es más que jerga aparentemente inteligente decorada con palabras altisonantes, nada más…