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INT. PSIQUIATRA: Consulta — día 
Mujer en consulta del psiquiátrica. Sufre de trauma post bélico. Todo comenzó mucho antes de la última operación militar en Gaza. Oía ruidos por la noche. Sonidos extraños provenientes del centro de la tierra, como si estuvieran excavando bajo ella. Sus familiares y vecinos nada oían. Le decían: imaginaciones, fatiga, demasiado trabajo. Los médicos la derivaban a un psicólogo, el psicólogo al psiquiatra, y el psiquiatra le recetaba pastillas. Ella, desesperaba, seguía oyendo aquello que le decían no existir. ¿Acaso alguien podría estar excavando bajo su hogar en el kibutz? Imposible. Seguramente todos tenían razón: necesitaba descanso, no se encontraba bien. 
Pasan los meses. Estalla la guerra. Se ponen al descubierto los túneles excavados por el Hamas. La mujer, en lugar de sentir triunfo por confirmar que estaba en lo cierto, se sume en la depresión. ¿Cómo es posible que el enemigo este cavando bajo su casa y que nadie se haya siquiera percatado?  

(“Israel, Ida y vuelta”, aproximaciones, marzo de 2017)

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Soñé que Binyamin Netanyahu se convertía en presidente de los palestinos. Como tal, era un negociador implacable, intransigente, imposible… Ante la sorpresa de los israelíes, alguien recuerda: «no hay de qué sorprenderse, siempre supimos que lo único que le importaba era ejercer su propio poder». 

(enero 2010)

#88

Acabo de terminar de leer, una vez más, El extranjero de Albert Camus. La primera vez que lo leí, veinte años atrás, me vino a la memoria el mismo recuerdo (ahora podría decir ‘el recuerdo del recuerdo’): estaba en Tel Aviv, acababa de llegar, era el mes de agosto del año 89, un tórrido verano, unos días antes de que cayera el muro de Berlín. Recuerdo que el primer carrete que fotografié –blanco y negro, cuatrocientas asas– se me saturó a consecuencia del contraste. Recuerdo el calor, el sol implacable, la sensación de caminar sobre un asfalto que no olvidaba el desierto. Las suelas de mis zapatillas se pegaban al pavimento. Sentía ese pequeño y casi imperceptible esfuerzo por despegarlas a cada paso. Recuerdo la impresión que me causó el momento del encandilamiento y,  años después, al encontrarme por primera vez con el texto de Camus, la violencia inmediata descrita en su novela: «mezclando un poco las palabras y dándome cuenta del ridículo, dije rápidamente que había sido a causa del sol».
Vuelvo a leer la misma frase veinte años después, y nuevamente me produce el mismo efecto. Pensé: el Oriente Medio y el sol, tal vez sería el principio de una explicación…
(agosto 2015)

Populacho: de Dreyfus a Sarcelles (o variaciones sobre los mismo II)

Veo un video amateur, filmado desde una ventana. El populacho corriendo descontrolado por las calles de Sarcelles en busca de objetivos dónde descargar su ira. En el camino se cargan todo lo que encuentran: mobiliario urbano, coches, escaparates. Observando estás imágenes, me vienen a la mente descripciones similares, tal y como las dejaría escritas, a finales del siglo XIX, un desconocido periodista vienés, llamado Herzl, quién cubría el caso Dreyfus. 

Han pasado ciento veinte años y volvemos a ver el populacho descontrolado, alentado por una opinión pública manipulada, correr por las calles en busca de un objetivo judío para atacar. No nos engañemos. Los tristes acontecimientos de Gaza son solo una excusa. El odio está allí. En la época del caso Dreyfus no había ni Estado de Israel, ni sionismo y si se me permite, ni siquiera palestinos, en el sentido estrictamente nacional. Y sin embargo, sí, ayer como hoy, vemos la muchedumbre gritando «muerte a los judíos» en el seno de la República Francesa.

Me pregunto si el antisemitismo es el fenómeno de fondo o el medio: la excusa para sacar fuera el odio irracional, la frustración, los bajos instintos. A lo largo de la historia el odio al judío fue una herramienta eficaz de amalgama entre grupos diferentes, antagónicos, en busca de un objetivo que los una.

Francia tiene un grave problema, y Europa también. Históricamente, primero fue el antisemitismo, luego la barbarie, el retroceso… el fin de las libertades.

El antisemitismo constituiría, entonces, más que un fenómeno, un síntoma. La fiebre que nos alerta de la infección que se va adueñando del continente al amparo de oportunismos y manipulaciones.

No hay que equivocarse. No es el amor a los hombres lo que saca a estas hordas a la calle o a tanto intelectual y actor sensible a firmar manifiestos. Si así fuera, las masas saldrían con la misma devoción destructora ante la imagen de cien mil muertos en Siria, o ante el visionado de terribles escenas de fusilamiento y torturas que están, ahora mismo, sucediendo en Irak (permitirme insistir tanto en este punto, porque me parece flagrante, se alza como un elemento que induce a interrogarnos sobre las motivaciones que se esconden tras esas protestas y que no parecen ser, ni el amor a la humanidad, ni la indignación ante la violencia, ni el horror ante el asesinato. Por desgracia, el mundo nos brinda todos los años motivos para manifestarnos… pero nada… silencio).

Todavía más triste. Como escribía en mi post anterior, ni siquiera podríamos aseverar que es el estricto amor a los palestinos y la indignación frente a su destino lo que moviliza a estas hordas descontroladas. Puesto que si así fuese, ya hubieran tenido varias oportunidades en el pasado. Los palestinos son y fueron, desgraciadamente, muertos en Jordania, Siria y en la mismísima Gaza (recordemos el enfrentamiento entre Hamas y el Fatah cuándo los primeros tiraban por las ventanas, literalmente, a los segundos).

Cuando veo con que furia asesina se encienden las calles y las redes sociales –esa nueva vía de expresión del populacho– pienso ya sin lugar a dudas: no, no es la víctima lo que realmente les moviliza. Lo que realmente les interesa es el victimario. No son los palestinos, pobres ellos abandonados a su suerte entre el fanatismo integrista del Hamas y las acciones demoledoras de Tsahal. Lo que hace salir a las calles a unos, y a firmar manifiestos y escribir sandeces en Facebook y Twitter a otros, es ese odio atávico, antiguo, que creíamos superado y desterrado del continente, y que nuevamente vemos con estupor como se va abriendo paso desde los márgenes hacia el discurso público, hacia lo ‘legítimamente’ decible… todo esto es síntoma de la oscuridad a venir…

[días después de escribir estas notas, tengo en mis manos el libro Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt. En el capítulo concerniente al Caso Dreyfus, encuentro lo siguiente: «No hay duda de que a los ojos del populacho los judíos habían llegado a servir como símbolos y modelo de todas las cosas que detestaban. Si odiaban a la sociedad podían apuntar a la forma en que eran tolerados en su seno; y si odiaban al Gobierno podían apuntar a la forma en que los judíos habían sido protegidos por éste o a la forma en que habían sido identificados con el Estado. Aunque es un error suponer que los judíos eran el único blanco del populacho es preciso otorgarles un primer lugar entre sus víctimas favoritas».]

[ Barcelona, finales de julio de 2014 ]

 

Los [falsos] solidarios (o variaciones sobre lo mismo I)

Reza la máxima periodística que el hecho de que un perro muerda a un hombre no es noticia, pero sí lo es el que un hombre muerda a un perro…

Hace unos días un periódico peninsular publicaba, en su edición impresa, una portada dramática. Un gran título encabezaba la página: «Vergüenza Mundial». Bajo el texto, una gran foto de mujeres ataviadas con pañuelos, lamentándose. Se refería al acontecer en Gaza.

Observo la foto. Pienso que la escena es, desgraciadamente, intercambiable: Siria, Irak, Líbano, Egipto… al no recordar una portada similar de este periódico clamando con tan sangrante letra ante otros recientes atropellos y barbaridades, me viene a la memoria una conversación mantenida con I., artista palestino, que había conocido durante mi estadía en Alemania.

Eran tiempos de la Segunda Intifada y recuerdo que charlamos sobre la posición de la prensa y de la llamada izquierda europea. Él, decepcionado, argumentaba que no era el amor hacia los palestinos lo que movilizaba toda esa algarabía, sino una amalgama de sentimientos e intereses en sí contradictorios que iban desde el odio al judío hasta el amor ciego. Es decir, desde el antisemitismo hasta la sorpresa incrédula de verlo involucrado en acciones bélicas. «No es el sufrimiento de la víctima lo que los moviliza, sino el victimario», concluiría.

Visto lo visto tras todos estos años, no tengo más que corroborar el argumento.

Parece ser que más de cien mil muertos en Siria no constituyen vergüenza mundial alguna, tampoco las violaciones masivas de derechos humanos que están teniendo lugar en Irak a manos de los movimientos islamistas, y que bien documentadas quedan en espeluznantes videos que circulan por la red. Para este tipo de prensa, los millones de muertos en el Congo (entre ellos un gran porcentaje de niños), y otros muchos conflictos, son pura anécdota, nada de vergüenza. Son rutina. No merecen reseña, y si sí, una pequeña columna escondida en la quinta o sexta página… ¿Manifestaciones en las calles europeas? ¿Vergüenza? ¿Mundial? Nada de nada. Ya que el hecho de que se maten «entre ellos», para esta prensa y esta progresía racista de falsa izquierda es normal… pero que lo hagan los israelíes es digno de primeras páginas.

Entiendo muy bien que I., hombre ecuánime e inteligente, se haya sentido insultado.

[ Barcelona, finales de julio de 2014 ]

Nathan, 6.8.2014 (o variaciones sobre lo mismo – introducción)

[este texto lo escribí hace doce días… a pesar de las noticias de hoy, la esperanza es lo último que se debería perder. Mantener la esperanza en tiempos de conflicto, en una solución justa y duradera, es de por sí, un acto revolucionario, un acto de profunda humanidad, de civilización.]

Observo a Nathan, durmiendo tranquilo en brazos de su madre. Se abre paso a la luz, de a poco, sus ojos se entreabren, primero ligeramente, luego con intensidad. Vino al mundo el pasado seis de agosto. Faltaban diez minutos para las diez de la mañana. En Gaza, la tregua aguantaba. Cuarenta y ocho horas de calma tras semanas de muerte. Fue una de las primeras cosas que le conté, feliz, a mi hijo Nathan…

Julio fue un mes de angustia… seguía las noticias del acontecer como un adicto, compulsivamente, como quién busca claves que le permitan comprender, explicar. Ora la prensa francesa, ora la israelí, ora la española, ora la inglesa…

Evitaba las redes sociales como quién evita destapar una olla que contiene un guiso en mal estado: la podredumbre lo impregnaba todo, y un estado de tristeza y malestar me acompañaba el día entero.

No tengo vocación de columnista. Nunca la tuve. Siempre me sorprendieron esas personas que de todo opinan, que todo lo saben.

Este blog nunca pretendió ser una columna de actualidad, sino más bien un conjunto de notas, impresiones, apuntes. Los mismos temas tienden a ser visitados y revisitados. Una y otra vez. No en vano, es el universo que me ocupa, siempre limitado, siempre finito.

Muchos de los textos aquí publicados no tienen relación alguna con la fecha de su difusión. Esta no es más que un índice cronológico, a manera de numeración en las páginas de un libro. Muchos de los contenidos fueron escritos en tiempos anteriores, en otras geografías…

Permítaseme esta introducción como contrapunto de porque sí, está vez, dedicaré algunos posts a un tema de rabiosa actualidad noticiosa. Pero no como columnista de rotativo pagado y mandado a escribir sobre un tema concreto, sino como quién se siente plenamente alcanzado, atravesado e interrogado por una cuestión que, como en la figura de la espiral, en cada uno de sus giros, en cada una de sus reapariciones, vemos acrecentada, en peligrosa progresión geométrica, su virulencia. Ya no es ni farsa ni tragedia, sino el germen de algo que preocupa, que me ocupa: se vislumbra el huevo de la serpiente.

Durante las últimas semanas asistí con estupor el acontecer en Gaza y todos sus fenómenos adjuntos: la mentira y el cinismo del Hamas, la violencia de la respuesta israelí, la irresponsable cobertura ­–por maniquea– de los medios de información europeos, la explosión en las redes sociales, la intimidación de las manifestaciones en las calles europeas, la intolerante actitud de la sociedad israelí ante la disidencia…

Quise entender. No sé si lo logré. Pero es necesario apuntar, aunque sea provisionalmente, el fenómeno. Encuentro que aquí existen distintos elementos que de tanto reducirse en ese intento simplificador de encuadrar todo a ciento cuarenta caracteres se convierten en una amalgama que no ayuda en nada a entender lo que está sucediendo.

Una cosa es lo que allí acontece, otra la manera en que los medios y las redes sociales retratan el conflicto, y una tercera, el antisemitismo que parece volver a Europa de la mano de grupos que, bien observados, se oponen abiertamente y sin tapujos al proyecto europeo y como tales, encuentran aquí la excusa ideal –histórica– sobre quién descargar su ira como principio de un proceso de ataque a la totalidad.

Importante, vital, es separar los fenómenos entre si. Es tarea de decencia. Quién busca la paz, debe ante todo, buscar la verdad. Si bien estos fenómenos se retroalimentan, no están ligados de manera evidente. El automatismo de su relación, tanto por ignorancia, tanto por maldad, es imperioso desactivar.

Escribo esta introducción como marco de los posts que se irán publicando agrupados bajo el título “variaciones sobre lo mismo”.

El título da cuenta, si se quiere, sobre mi punto de partida.

Termino estás líneas envuelto en el suave silencio que rodea nuestra habitación en la clínica, este sábado de agosto…

[ Barcelona, 9 de agosto de 2014 ]

 

Gestos

 

Hay gestos, que aunque pequeños, echan luz y esperanza en una zona en que la rueda de la barbarie no parecería tener fin.
Algunos ciudadanos israelíes, indignados y horrorizados ante el crimen de Beit Hanun (Gaza, Palestina, dónde murieron cerca de veinte personas la semana pasada) decidieron no callar más y publicaron sendas esquelas dirigidas a las familias palestinas. En uno de estos mensajes, leemos: «agacho mi cabeza con vergüenza sin parangón y profundo dolor ante vuestra desgracia. Los israelíes sensatos están invitados a sumarse a estas condolencias».
Las llamadas de apoyo no se hicieron esperar, entre las que se contaban, como esperanzador signo de que también al otro lado llega el mensaje, una comunicación de miembros de una familia palestina agradeciendo la deferencia.
El día en que las páginas de los periódicos de la zona se llenen con este tipo de esquelas (dolidas, sinceras, espontáneas) ante cada acto criminal e irracional dónde mueren inocentes; ese día, posiblemente, sea el principio del fin de tanta muerte…
La luz, aunque sea de una llama única y diminuta, es siempre un punto dónde anclar la mirada entre tanta oscuridad.