Jerusalén, 2004
Herz Frank
Un par de meses atrás, me acordaba de Herz Frank. Cosa extraña, ya que no venía a mi memoria desde hacía mucho tiempo. Años, tal vez. La última vez que lo encontré, fue Tel Aviv, en el marco de un festival de cine documental que yo visitaba aprovechando unos días de viaje en la ciudad. Recuerdo que él formaba parte del jurado. Nos saludamos afectuosamente. Se encontraba seguramente feliz, contento, satisfecho. Posiblemente comenzaba a sentirse reconocido. Herz Frank llegó a Israel de la antigua Unión Soviética en el año 1993. Un cineasta con una gran carrera detrás, que pocos o nadie, conocía en su nueva tierra. La primera vez que nos vimos fue en la Filmoteca de Jerusalén, dónde yo trabajaba. No recuerdo el motivo, pero vino a mi despacho. Enseguida me sentí atraído por sus maneras. Hablamos mucho. Nos volveríamos a ver varias veces. En una de ellas, recuerdo, me trajo una cinta VHS, de esas de 180 minutos, grabadas en LP, con muchos de sus films. Uno de ellos, mostraba el nacimiento de un bebé. Los gestos de la madre, el dolor, la pasión, la pareja a su lado. La cabeza del niño que comienza a salir. Es esta imagen la que vino a mi memoria, un domingo de hace un par de meses, a comienzos de marzo, mientras visitaba en el hospital a unos amigos que acababan de ser padres, mientras ella me relataba los pormenores del parto, y él cambiaba diligentemente a su flamante hijo.
Otro de los films que contenía esa cinta, se titulaba “Ten Minutes Older”, que con el tiempo se haría famoso, justamente por un remake dirigido por varios directores de renombre. “Ten minutes older” es un plano secuencia de un grupo de chicos asistiendo a un espectáculo. Lo recordaría muchas veces, cuándo, aprovechando mi trabajo como tour manager de una gira europea de circo durante el año 2001, fotografiaba a los niños-espectadores pendientes del riesgo de los equilibristas.
Recuerdo también la profunda impresión que me dejaría su largometraje documental “There Were Seven Simeons”, que trataba de una familia compuesta por varios hermanos, todos músicos, sobre quiénes él ya había hecho un film anteriormente, y más tarde, ya mayores, habrían estado involucrados en el secuestro de una avión para escapar de la Unión Soviética. Recuerdo las entrevistas, el juicio, el sueño por un futuro mejor…
En la mismo época en que yo me organizaba para partir de Jerusalén rumbo a Barcelona, allí por el año 1997, Herz Frank estaba trabajando en un nuevo documental que rodaría en las proximidades del Muro de los Lamentos.
Recuerdo como en uno de esos últimos encuentros antes de partir, me regaló una foto tomada para la investigación de su film. De un lado, a pié de foto, firmada con letras latinas; al reverso, con el orgullo de la adquisición de la nueva lengua, la dedicatoria en hebreo.
Voy en busca de este bonito regalo de despedida. La encuentro, sonriente, entre las hojas de una libreta de apuntes de esos años…
Me gusta pensar que al palparla, rememoro el momento, dando vida, aunque sea un instante, a ese hombre, a ese cineasta que, por esos azares de Internet, me habría de enterar que fallecería, a la edad de 87 años, hace casi dos meses atrás… apenas un par de días después de recordarlo tan vivamente ese domingo, visitando a mis amigos.
De Jerusalén a Alicante…
El Sacrificio
Jerusalén, nuevamente, una vez más
«¿Qué cosa buena cabe esperar de una ciudad cuyo ethos fundacional es la fanática acción de un hombre capaz de sacrificar a su hijo?
Un dios horrorizado que dice, no, por dios, por mi no, deteniendo el cuchillo a punto de degollar al primogénito del hombre. Turbado y deprimido por el fervor del hombre, abandonó la ciudad a su merced, dejando en su lugar un monigote para escarmiento de los fanáticos. Y así fue, desde el principio de los tiempos, hasta nuestros días, por siempre, jamás.»
(Leyendas Romanas, Capítulo 3, Párrafo 11)
Jerusalén, sábado por la noche
Cuándo salimos del Muro de los Lamentos (kotel ha maaravi) el sábado por la noche, nos percatamos de los buses dispuestos para trasladar a los feligreses a sus barrios. Me acerco a la cola y pregunto por el precio. Me responde un hombre-decimonónico, entre irónico y divertido, «como en shabat no llevamos dinero, subimos sin pagar y mañana lo reintegramos en el primer bus que tomamos». «¿Y el Ayuntamiento se lo cree?», pregunto dudoso. «¡¿Por qué no debería creerlo?!», responde él con media sonrisa, como justificando mi aprensión, en el momento justo en que comienza a avanzar la cola.
Jerusalén-Tel Aviv
Subo al coche. Sábado por la mañana. La ruta vacía. Buena música en la radio. Jerusalén va desapareciendo a mis espaldas. Enfilo hacia el Mediterráneo. El nudo en la garganta. La despedida de acontecimientos intensos. Un universo que se abre. Una confianza que se establece. Presto atención a la velocidad. Aminoro hasta plantarme en los cien reglamentarios. La mañana, la música, una ruta vacía, invitan peligrosamente a acelerar, un coche que se desboca como potro con deseos de correr.
A mis costados, a los lados de la carretera, murallas, a manera de estético pasillo. Cuándo llego a Tel Aviv, tan solo cuarenta minutos después de haber puesto en marcha el coche, me apabulla el abismo. Los universos irreconciliables. Es como si la ruta misma fuese un pasadizo secreto que va preparando el cuerpo y la vista en ese pasaje entre oriente y occidente.
(más tarde se me ocurriría que el muro es algo así como decir «no sabemos que hacer con esto ni como solucionarlo y mientras tanto lo mejor es no verlo. No queremos verlo. Se tapa, y nos olvidamos»).
Derechos de autor
Ya de regreso en Barcelona. Compro un libro de Mia Grondhal, The Dream of Jerusalem. Quedan cuarenta minutos para encontrarme con A. Hago tiempo entrando en la primer librería que encuentro. Un establecimiento grande, de dos plantas, mucho más surtido que el anterior. Por instinto, o simplemente inercia, me acerco a la sección de filosofía a ver que novedades nos deparan nuestros amigos benjaminianos.
Un estante lleno de nuevas ediciones…
No dejo de sonreír ante el recuerdo de mis comienzos: la dificultad de encontrar obras dignas con traducciones fiables.
Imposibles también eran Arendt, Steiner, y todos aquellos tan citados hoy en día.
Es como si España, se estuviera finalmente abriendo al mundo, o si los Pirineos se dividiesen como las aguas del Mar Rojo.
Esto es tan solo una observación mística, lo sé.
Podríamos hacer una de índole práctico, materialista: tomando en consideración que esta explosión benjaminiana sucede en todas los idiomas, me pregunto si no tendrá algo que ver con el paso a dominio público de sus obras, en tan solo tres años desde ahora. En el fondo, todo se reduce tristemente a merchandising.
El conocimiento, como tal, cada día es un valor más erosionado.
Esto me llevaría a otra historia, relacionadas a los derechos de autor de Walter Benjamin… aunque prometí no hablar de esto, y así será.
Redemption stories (o el sindrome de Jerusalen)
La esperada y definitoria reunión pasa con éxito. Hombres y mujeres curiosos y deseosos de cuidar la imagen de su propio quehacer. Sensación de alivio. Ratificación de continuidad. Esperado regreso.
Más tarde me llama M. Su puesto permite ver el acontecimiento desde perspectivas insospechadas. No está ni adentro ni afuera, pero sí encargado de su envoltorio. De su funcionalidad. Su movimiento. Dice que no es casualidad que ambos proyectos hayan sido aprobados el mismo día, tras largas deliberaciones. Ambos tienen en común la fijación en el tiempo. Uno en la imagen, otro en el espacio. Me explica que es un hecho histórico: que en estos quince años nunca había sucedido algo igual. Evidentemente, algo está pasando. La distancia del tiempo permite mirar el pasado sin complejos, con reticencias sí, pero aceptando también sus pecados.
Estoy contento. Agradecido. Cansado.
A falta de acompañante, me planto en la barra de un bar a tomarme una cerveza.
A dos butacas, L. (su nombre lo conocería al final de la conversación). Otrora bella, su rostro castigado por los años todavía conserva la mirada momentáneamente lúcida, anterior al desvarío. Jerusalén es para ella un lugar de redención. «Redemption». Americana de origen, historia de amor fracasada de por medio, búsqueda de sentido y ya esta explicándome la diferencia entre Tel Aviv y Jerusalén. La ciudad mediterránea, dice, es una ciudad de perros; la continental, de gatos (qué hermosos gatos pululan por las calles de Jerusalén, nunca he visto gatos similares en lugar alguno). El problema de Jerusalén, su energía, santidad y desvarío violento tendría algo que ver con el quiebre geológico sobre el que se emplaza, a la espera constante del terremoto (es verdad que tanto los árabes como los judíos se olvidan de este «pequeño» detalle: según muchos estudios, el próximo terremoto podría ser devastador). Dice que los árabes y los judíos se pelean como hermanos de una misma familia… que cuándo crezcan, dejarán de agredirse. Olvidaran el motivo de la contienda, o simplemente se harán inteligentemente más realistas.
Redemption stories… regresando a mi alojamiento, tome conciencia que la mía, esa historia tan compleja que intento relatar, comienza justamente, ciento treinta años atrás, con un grupo de personas en busca de la redención…
Oriente Medio
Estoy en Jerusalén. Sábado. Barra de un bar con conexión a internet. Branch. Ordenador abierto. A medio metro, a mi derecha, un joven con aspecto extranjero, habla inglés. Pasadas un par de horas dónde cada uno esta metido en su trabajo, y con una tonta excusa, comienza la conversación. Es periodista, está en Jerusalén hace unos tres meses tras haber pasado los últimos años cubriendo el mundo árabe: Egipto, Jordania, Libano, Siria. Declara no tener, a priori, simpatías por el lado israelí. Escribe para un periódico europeo. No habla hebreo, tampoco árabe. Sus fuentes son los periódicos en inglés, escritos especialmente para ellos, por cada una de las partes… sabe que el conflicto es complejo, sin embargo, dice también que la única manera de poder «venderlo» -él es freelance- es con historias de blanco y negro. Con cada «kasam» o bomba que cae, él gana su dinero, las historias sobre poetas israelíes ya no venden, declara irónicamente.
Jerusalén [II]
Jerusalén oriental. Cincuenta metros nos separarían de una frontera [hoy] imaginaria. Comienza el viaje en silencio.
¿A dónde?
Al centro de la ciudad, por favor.
Un cortísimo viaje de este a oeste [hasta cuánto Jerusalén occidental podría considerarse oeste está por discutirse, se entiende].
¿Primera vez aquí?
No.
Sólo necesitaríamos un poco de paz.
¿Ves ese señor en ese colmado?
Sí.
Pues bien, él quiere vender, como tu quieres que hayan turistas para tu taxi.
Tienes razón, pero no es fácil.
Yo, sin embargo, soy optimista.
¿Cómo puedes ser optimista?
Porqué hay que serlo, es una necesidad.
Silencio… avanzamos unos metros a través del pesado tejido automobilístico del atardecer jerosolimitano. Cruzamos el barrio ultraortodoxo, otra realidad.
¿Sabes qué?, piensa en Europa, ¿cómo estaba Europa sesenta años atrás?
Tienes razón.
¿Entiendes por qué creo que hay que ser optimista?
Llego a destino, pago los veinticinco shekels solicitados, bajo mi maleta, me despido.
Jerusalén
No, no estamos en Europa. El inteno de querer vivir una normalidad occidental hace aguas sorpresivamente. Un segundo, un resquicio, un rayo, una grieta… y el Oriente Medio se alza en toda su dimensión.
Tel Aviv
Unas noches antes de viajar para aquí, una amiga decía que una vez que pisas estos pagos, el visitante avezado sentía la inutilidad de todas sus convicciones. Un sentimiento que regresa con cada visita: mis europeas certezas se disipan a golpe de realidad y contraste.
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