Kafka

«¿Ha oído hablar de nuestro anterior comandante? ¿No? Pues bien, no exagero si digo que la organización de toda la colonia penitenciaria es obra suya. Nosotros, sus amigos, supimos en cuanto murió que la organización de la colonia está tan bien trabada en sí misma que su sucesor, aunque tenga mil planes nuevos en la cabeza, al menos durante muchos años no podrá modificar nada de lo antiguo».  

En la colonia penitenciaria, Franz Kafka.   

El arte de tener razón

«La única contrarregla segura es la que ya ofrecía Aristóteles en los Tópicos: no discutir con el primero que se presente, sino únicamente con aquellos a quienes se conoce y de los que se sabe que tienen el suficiente entendimiento para no plantear algo demasiado absurdo y tener que quedar por ello expuestos a la vergüenza; para discutir con razones y no con sentencias inapelables; para escuchar las razones, también de labios del adversario, y que tengan la ecuanimidad suficiente para soportar no llevar razón cuando la verdad está de la otra parte. de esto se sigue que de entre cien, apenas uno es digno de que se discuta con él. Déjese al resto decir lo que quiera, pues desipere est juris gentium [delirar es un derecho común], y considérese lo que dice Voltaire: la paix vaut encore mieux que la verité [la paz es preferible aún a la verdad], y hay un refrán árabe que afirma que del «árbol del silencio cuelgan los frutos de la paz”».  

El arte de tener razón, Arthur Schopenhauer.  

Crónicas e historias

«Es sumamente raro que los hombres cuenten una cosa simplemente como ha sucedido, sin mezclar al relato nada de su propio juicio. Más aún, cuando ven u oyen algo nuevo, si no tienen sumo cuidado con sus opiniones previas, estarán más de las veces, tan condicionados por ellas que percibirán algo absolutamente distinto de lo que ven u oyen que ha sucedido; particularmente si lo sucedido supera la capacidad de quien las cuenta u oye, y sobre todo si le interesa que el hecho suceda de determinada forma. De ahí resulta que los hombres, en sus crónicas e historias, cuentan más bien sus opiniones que las cosas realmente sucedidas; que uno y mismo caso es relatado de modo tan diferente por dos hombres de distinta opinión, que parece tratarse de dos casos; y que, finalmente, no es demasiado difícil muchas veces averiguar las opiniones del cronista y del historiador por sus simples relatos».

Tratado Teológico-político, Baruch Spinoza. 

Escribir cada día

«Durmió una siesta de una hora y descansó bien. Se sentía mucho más sereno. Escribir, reflexionar, le asentaba. El día que no escribía algo, lo que fuera, le parecía perdido.»

Nuestro GG en La Habana, Pedro Juan Gutiérrez.

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–Vale, te cuento el último. Pero este bien cortito y luego te duermes, ¿de acuerdo?
–Sí, papá. 
Nathan escucha con atención. Tras un corto y denso silencio, exclama decepcionado: 
–¿Quién despertó?¿Qué dinosaurio? ¡Qué tonterías!

Sin presente

«¿Cómo hemos llegado hasta aquí, dónde tomamos la decisión equivocada, qué error hemos cometido, en qué intersección no tomamos la dirección correcta?» 

Sin presente, Lionel Tram. 

Masa y poder

«El que las guerras puedan durar tanto tiempo hasta el punto de que aún se mantengan cuando hace mucho que están perdidas, se vincula con la pulsión más profunda de la masa: mantenerse en su estado agudo, no desintegrarse, seguir siendo masa. Ese sentimiento es a veces tan fuerte que se prefiere sucumbir a ojos vista, en vez de reconocer la derrota y con ella vivir la descomposición de la masa propia.»

Masa y Poder, Elías Canetti. 

Crisis

«Había tanta pasta que si eras de los que estaban en el ajo obtenías grandes dividendos y no tenías otra cosa que hacer que pasarte el día inventando nuevas maneras de gastártelo. Las mesas de los potentados crujían con el peso de los banquetes. Sus admiradores se apiñaban para apostar al juego de la propiedad inmobiliaria, y a los que apenas cobraban el salario mínimo les caían las suficientes migajas para mantenerlos contentos. Todo el mundo sabía que el tiovivo del dinero seguiría girando siempre y cuando no ocurrieran dos o tres cosas malas al mismo tiempo… hasta que de repente ocurrieron cuatro o cinco a la vez.»  


La furia, Gene Kerrigan.

Los Gestos

«Callar no es, por descontado, lo mismo que quietud, sino el gesto que detiene la palabra antes de que llegue a la boca. Callar significa que la palabra llega a hablar en vez de llegar a la boca. Si se quiere comprender el gesto de hablar, es necesario primero considerar el gesto del silencio, pues en el silencio la palabra llega a hablar y a resplandecer. Para poder comprender el gesto de hablar, primero hay que aprender ciertamente a callar».

Los Gestos, Vilém Flusser.

#96

Hace apenas unos días, regreso a las páginas de Un puente sobre el Drina, de Ivo Andric. El libro descansaba sobre mi mesita de luz, huérfano de atención, hacía semanas. Leo: «(…) en el fondo de sus corazones, en el fondo de ellos mismos, ese fondo que no se abre a nadie, subsistía el recuerdo de lo que acababa de pasar y la idea de que lo que sucede una vez puede volver a repetirse. Quedaba también la esperanza, una esperanza insensata, esa gran ventaja de los oprimidos. Porque los que gobiernan, y deben oprimir para gobernar, están condenados a actuar razonablemente. Mas si, llevados por la pasión u obligados por el adversario, pasan los límites de los actos razonables, empiezan a correr por un camino resbaladizo, fijando así el comienzo de su caída. En tanto, los oprimidos y los explotados se sirven con la misma facilidad de su genio y de su locura, que son las dos únicas clases de armas que están en condiciones de utilizar en la lucha incesante, ya solapada, ya abierta, que mantienen contra el opresor.»

#88

Acabo de terminar de leer, una vez más, El extranjero de Albert Camus. La primera vez que lo leí, veinte años atrás, me vino a la memoria el mismo recuerdo (ahora podría decir ‘el recuerdo del recuerdo’): estaba en Tel Aviv, acababa de llegar, era el mes de agosto del año 89, un tórrido verano, unos días antes de que cayera el muro de Berlín. Recuerdo que el primer carrete que fotografié –blanco y negro, cuatrocientas asas– se me saturó a consecuencia del contraste. Recuerdo el calor, el sol implacable, la sensación de caminar sobre un asfalto que no olvidaba el desierto. Las suelas de mis zapatillas se pegaban al pavimento. Sentía ese pequeño y casi imperceptible esfuerzo por despegarlas a cada paso. Recuerdo la impresión que me causó el momento del encandilamiento y,  años después, al encontrarme por primera vez con el texto de Camus, la violencia inmediata descrita en su novela: «mezclando un poco las palabras y dándome cuenta del ridículo, dije rápidamente que había sido a causa del sol».
Vuelvo a leer la misma frase veinte años después, y nuevamente me produce el mismo efecto. Pensé: el Oriente Medio y el sol, tal vez sería el principio de una explicación…
(agosto 2015)