Notas del Cuaderno Negro I

Encuentro las siguientes notas escritas a finales de febrero (las transcribo así, en orden cronólogico e inconexas):

Que rápido nos acostumbramos a todo… Veo que el tabaco se vende en las confiterías y cafés, como parte de su oferta normal. La gente fuma en la cola del cine o en un hall de una importante institución cultural, mientras espera su turno para entrar en una conferencia. Al principio no comprendo que es lo que me llama tanto la atención. Sensación tercermundista (falsa, se entiende). Preocupa lo rápido que podríamos acostumbrarnos a los tiempos y a sus leyes…

A. me comenta que en el siglo XVIII el chocolate era altamente adictivo, y se utilzaba, en sus debidad proporciones, como una droga (habría que verificarlo).

La ciudad en Benjamin como hogar e infierno del hombre moderno.

El flaneur se convierte en comprador.

Los Shoppings (los centros comerciales) no son exactamente Passages.

Aura: experiencia, relación en el tiempo. La patina del tiempo, y no se trataría solo en obras de arte.

¿Existirá un avión dónde la tripulación no hable por los altavoces? (¿un vuelo para iniciados?)

Agnóstico y ateo, tuvo sin embargo un último momento de pudor. Se puso firme y aguanto el final. Por si acaso.

Honra, honor, palabra y respeto…
Integridad.

Lisboa

Bajo el arbol de Principe Real. Los olores, enseguida me llaman la atención. Sus cafeterías, sus pastelerías, únicas. La cultura alrededor de esto: el café, las pastas, los azulejos. Tengo la misma impresión que tuve seis años atrás. Estar al final y al principio del mundo. Estar en la capital de un imperio desaparecido.

Camino por las calles de Lisboa y me da escalofrío pensar que quién debería haber caminado por aquí era Benjamin, no yo.

Me viene a la mente una fotografía.
Lo vemos caminando en una ciudad francesa, las manos a la espalda, pantalón blanco, la mirada baja, un poco encorvado, adelanta un pié… parecería verlo en cualquiera de estas escaleras…
Uno se cuestiona el derecho a determinadas cosas. O sobre su privilegio.

Estoy entre el creyente y el agnóstico.

Me gustan las ciudades con nostalgia. Diría que hasta con cierta melancolía. Lisboa, Dublin, Jerusalén, Paris, Berlín… puede que sean ciudades que tengan algo de «otrora» (noble, imperial).

El viajar es un privilegio si se permite convertirlo en un mapa de uno mismo.

¿Qué es el flaneur sino el abandonarse a la búsqueda intuitiva de uno? Al caminar sin mapa vamos reaccionando, vamos respondiendo a los impulsos, dándo respuesta a los estímulos que nos propone un lugar desconocido.

¿Por qué curiosear en este portal y no en otro?