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Me invitan a ver un film documental. Imágenes de archivo: juicio a Eichmann. La cámara se centra en él: sus muecas, su desacuerdo con el fiscal, sus exabruptos tras el cristal… Oímos su voz, eternizada gracias a los medios de grabación. Hay algo abyecto en ese recurrir una y otra vez a la voz del criminal, en ese darle vida cada vez que se le rescata de la oscuridad del archivo. ¿De dónde proviene ese regodeo nauseabundo de observar al genocida? ¿Por qué esa reiteración? ¿Por qué darle la oportunidad de volver a vivir? Un verdadero acto de justicia histórica: no dar (más) voz a los Eichmann y sus secuaces. 

(junio 2013) 

#104

El profesional de la memoria. Convertido en una reconocida autoridad en la materia, va pavoneándose por los pasillos institucionales reclamando una representación que nadie le ha dado: los asesinados no pueden votar. Cobarde como es, de haber convivido con ellos, hubiera mirado para otro lado (lo imagino acomodándose con los mandamases de turno, arrellanado en el sillón de un trabajo bien remunerado, burocrático y gris). Hoy se erige en portavoz de quienes no tienen voz. Es tal el desamparo de las víctimas, que hasta les roban su representación.

(agosto 2016)

#82

Hace unos días la prensa se hacía eco del trabajo de un joven artista israelí que, a manera de instalación web, mostraba su indignación sobre lo que sucedía en Berlín, en el Monumento a los judíos de Europa asesinados.

El joven artista, Shahak Shapira, echa mano de selfies tomados por visitantes –en actitudes poco solemnes– y las superpone con fotografías documentales del exterminio.

Es fácil tocar las teclas necesarias para generar el escándalo, la emoción. Eso no exige más qué un ligero conocimiento de los medios. De la dinámica que los caracteriza. Hoy en día, diríamos, de su viralidad.

El nazismo  –y todos sus parientes totalitarios cercanos–, son el resultado de la pulsación de teclas claves, manipulación emocional, movilización de los sentimientos primarios de las masas.

Es por eso que el tema que nos ocupa nos reclama ser asumido con humanidad, empatía, calidez,  inteligencia. Sin titulares. Sin manipulaciones. Evocar, más que provocar.

No hay dudas sobre las tensiones existentes entre el emplazamiento del monumento y la manera en que los visitantes lo experimentan. Pero el énfasis no debería hacerse sobre unos adolescentes que juegan sacándose estúpidos selfies. Ha de centrarse en el sentido mismo de la obra, del monumento, de su lugar físico, de su construcción.

Mucho se ha escrito sobre el tema, y el mismo concurso para la realización del Denkmal dio lugar a un debate interesante sobre cuestiones de memoria y su representación.

Entre los concursantes, quisiera destacar una propuesta de Horst Hoheisel, con quién tuve la suerte y el placer de coincidir en Portbou, hace unos años, en el marco de unas jornadas sobre el legado de Walter Benjamin. Su propuesta consistía en lo que se dio en denominar el anti-monumento. Él proponía que si realmente se quería rendir homenaje y mostrar arrepentimiento, habría que dinamitar la  colosal Puerta de Branderburgo, convertir sus piedras en polvo, y esparcirlos en la zona. ¿Qué mejor manera de honrar la memoria de los asesinados que por medio de la destrucción de este monumento, símbolo del imperio prusiano? En lugar de conmemorar la destrucción con otra construcción, el artista proponía conmemorar la destrucción con la destrucción, dejando allí un vacío perenne, en constante recuerdo de aquello que fue aniquilado.

Como era de esperar, la propuesta nunca fue aceptada. Y lo que tenemos ahora es ese extraño laberinto en el corazón de Berlín, a los pies de las embajadas aliadas occidentales y a unos metros de la Brandenburger Tor.

Los monumentos y memoriales son más un relato contemporáneo que del pasado. Y su emplazamiento y la experiencia del visitante tiene mucho más que ver con nuestro tiempo que  con el de las víctimas. Dudo mucho que los púberes que corretean jugando al escondite entre los bloques de cemento piensen realmente que estén haciéndolo entre las tumbas. El problema está, si acaso, en la cultura del selfie, y en la misma propuesta –y tradición– conmemorativa.

De placas conmemorativas y crímenes históricos

En la fachada de un ayuntamiento de una pequeña ciudad centroeuropea encontramos la siguiente placa conmemorativa: “en memoria de los crímenes cometidos por los regímenes comunistas a nuestros ciudadanos [1945-1989]”. Me quedo mirándola y trato de imaginar una placa similar, en unos años, que rece: “en conmemoración de las miles de víctimas del capitalismo salvaje [1989-20¿?]”.

nota aclaratoria: no pongo al mismo nivel los crímenes de la dictadura comunista con la democracia. Lejos estoy de una postmodernidad que tantos males nos ha traído. Pero nuestro sistema democrático ha dejado hace tiempo de estar al servicio del ciudadano para convertirse en coartada criminal de los intereses económicos del momento. ¿Cómo explicar sino el desahucio de 350,000 familias, y tan solo en España? ¿O la condena al paro de más del 25% de la población activa del país? ¿Imaginemos el «transfer» de 350,000 familias por la fuerza? ¿No se podría considerar, en un futuro, bajo el prisma de una sociedad que evolucione hacia una forma de gobierno al servicio honesto de la población, como un crimen de lesa humanidad? Miremos a Grecia, por ejemplo, y veamos los desmanes que se están haciendo en nombre de esa supuesta democracia, que no deja de ser una sigla vacía de contenido, en la medida en que la ciudadanía, y sus verdaderos representantes, no logren subyugar los intereses particulares de algunos y sus colaboradores, al interés general de la sociedad. Todo el resto, no son más que habladurías retóricas vacías de todo sentido. Democracia, por supuesto, sí. Pero exige su refundación, devolverle su sentido. 

Terezin/Theresienstadt

(David Mauas, Terezin, 1999)

En el año 1999 fui invitado para participar en un workshop titulado «locating terezin», que tenía lugar, tal como su nombre lo indica, en el antaño gueto «modélico» de Theresienstadt (actual República Checa, a sesenta kilómetros de Praga). En esos años me encontraba desarrollando una tesis doctoral (nunca terminada) sobre la representación del holocausto, y el tema de Terezin/Theresienstadt era central a mi entender a la hora de enfrentar este asunto. Ya que no se trataba de adentrarse en los pormenores de la representación cinematográfica solamente, sino de ante todo, intentar determinar la representación in situ, es decir, la puesta en escena del holocausto a la hora de perpetrarlo y la inmediata consecuencia, a posteriori, en la memoria. Cómo ya avance unas líneas atrás, se trataría de un proyecto todavía inconcluso, lleno de retazos, fotografías, material filmado, grabaciones, etc… Con el tiempo, y de ahí supongo el abandono del marco universitario, la tesis iba tomando un cariz más y más personal, y con él la sensación de qué la única manera de abordarlo sería desde un lugar, todavía, desconocido…