
LXIII

Me acerco y no me ve, cejijunto como está jugando con su lego. Pone una pieza sobre otra. Habiendo finalizado, observa su obra con la satisfacción de un arquitecto consumado. Solo ahora se percata de mi presencia.
–¿Qué has construido? –pregunto ‘paterñoño’– ¿Una torre?
–No, papá –contesta indignado e incomprendido– ¿Pero no lo ves? ¡Un hotel!
(julio 2017)
«Barcelona no está en venta», Ramblas (febrero, 2017)
Las acciones que distintos colectivos están llevando a cabo en los últimos tiempos ponen en entredicho el discurso triunfalista de una (supuesta) industria turística como motor de la recuperación económica.
Lo que es en realidad la dinámica propia de un capitalismo que dejó de repartir sus beneficios, adquiere con el turismo su carta de naturaleza.
Cuánto más se investiga está supuesta industria –¿desde cuándo organizar visitas a la Sagrada Familia podría considerarse una industria?– más aún se pone en evidencia que toda ella está basada en la distorsión: el aprovechamiento de recursos públicos sin los cuales no podría subsistir, y un abaratamiento de los recursos humanos necesarios a base de unas condiciones laborales que en la mayoría de los casos ralla con la explotación.
Un estudio de este año del sindicato Comisiones Obreras echa mucha luz en las sombras de estas prácticas: «analizamos la evolución de la coyuntura turística desde el 2008 (año anterior a la crisis) al actual, observando el comportamiento tan dispar que han tenido los diferentes parámetros. Así, mientras el número de visitantes se ha incrementado en un 19,88% en estos últimos ocho años; el de pernoctaciones en un 22,89% y el del número de plazas en un 8,77%, el del empleo tan sólo lo ha hecho en un vergonzante 0,63%; existiendo prácticamente el mismo personal que en 2008”.
Es decir, mismo personal, para más trabajo. Mismos salarios, pero un 20% más de ganancias. Y esto todavía sin entrar a considerar el aumento de los costes de vida, la invasión y la pérdida de recursos públicos (pagados entre todos) allí dónde el turismo masivo se instala como una plaga de langosta que todo lo arrasa.
«Las Kellys» (febrero 2017)
La relación entre el selfie y el autorretrato. El autorretrato es una construcción del yo (la máscara o la esencia, o ambas), con un arraigo profundo en la tradición artística. El selfie es un mero “yo estoy aquí”. Una simple autoafirmación sin construcción alguna. Antes era el “¿por favor me saca una foto?”, y en la actualidad ni siquiera eso (basta con un bastoncillo desplegable), desechándose así la colaboración del otro (su mirada). El selfie es una mera glorificación del yoyismo. Es todo lo contrario al autorretrato. No hay reflexión. En el autorretrato, sí.
Uno se va replegando. Retirándose de sus barrios preferidos, de sus plazas favoritas, de sus cafés habituales. Evita lugares. El turismo y el mal gusto lo invade todo. Barcelona va perdiendo, a pasos acelerados, espacios que la caracterizaban. Empobrecimiento visual y cultural; lo que ayer era una galería de arte, hoy es una tienda de chanclas playeras. Permanecer en casa para evitar disgustos.
Viajar en Easyjet y pagar por tener entrada preferente es para idiotas, pienso, mientras observo a ejecutivos de medio pelo orgullosos por ser los primeros en embarcar. Minutos después, mi circunstancial compañero de vuelo, arquitecto americano, me preguntaría, como si yo fuera un experto en organización aérea, porqué los asientos no están asignados de antemano. No lo entiende. Todo esto le parece un caos. Viene de un mundo ordenado. Puede que sea un caos para el personal, le respondo, pero no para la empresa. Miro de reojo, un libro abierto descansa sobre sus rodillas. Incorporo su título antes de siquiera entenderlo: “Infancia en Berlín hacia 1900”. Él capta mi mirada. ¿Lo conoces?, pregunta. Sí, sonrío, cómplice, como si un desconocido me estuvieran mostrando la fotografía de un familiar querido. No entiendo mucho qué quiere de mi, me dice sincero, señalando el libro. Contesto: si tu no tienes asiento asignado, la gente, convertida en manada, sube a los empujones y codazos para situarse primero. O el caos, o pagas un sobreprecio para subir ordenadamente y sentirte privilegiado, diferente de la masa, del resto. Y esto mismo sucede con las maletas, el equipaje de mano, las bebidas, el bocadillo y todos aquellos servicios que antes venían asociados de forma natural al concepto de volar. Y en tierra, previo al embarque, en algunas compañías se pasea una azafata con cara de kapo y una caja de cartón hueca que va midiendo tu equipaje de mano. Tu rezas: por favor que el mío este dentro de los parámetros permitidos. Te entra el pánico. El terror. Solo deseas que la caja engulla tu equipaje, que no se quede fuera. Sabes que van a por ti. El que se salga de la fila, paga. Ese es el negocio. Tratarte mal, para que al final quieras comprar un “tratamiento especial”, un “tratamiento extra” que te diferencie de la gran masa de viajeros. Todas estas prácticas podrían enmarcarse dentro de lo que denominaríamos “figuras de ensayo general” y así, paso a paso, te van sacando lo que era tuyo, para cobrártelo luego, una vez más. En España, por ejemplo, cada vez más se pueden ver spots publicitarios sobre seguros médicos. Te bombardean con noticias sobre los recortes en la sanidad pública, te cuentan sobre personas que fallecen antes de acceder a una intervención quirúrgica, sobre cierres de hospitales, etcétera, y paralelamente, crece la publicidad sobre los seguros médicos privados: empresas “que están cerca de los tuyos” y “que te cuidarán en el momento más importante” (muchas de ellas, a más hipocresía, asociadas a los bancos…). Todo es parte de la misma estrategia. Sin embargo, si no daríamos alas al sistema participando en él, estos vuelos, por ejemplo, no tendrían razón de ser. ¿No es así? Pero claro, ¿queríamos volar barato, no? ¿nos llenamos la boca con eso de la “democratización” del turismo? Pues aquí lo tenemos… pero eso sí, si ya eliges viajar en una compañía lowcost, cómo mínimo, no seas tan idiota de pagar por tener acceso preferente… no les des ese gusto…
Coincidiendo con el final de la inesperada perorata, el avión inicia su carrera, levanta vuelo, y enfila recto hacia la costa Mediterránea.
Mi compañero de viaje cierra su libro, y permanece largos minutos mirando por la ventanilla… momentos después, se gira hacia mi, y me reprocha, triunfante: entiendo por dónde vas, por otro lado, si Walter Benjamin escribió este libro en los años treinta, ¿cómo podía predecir los vuelos lowcost…?
El problema de la vivienda. Se habla mucho de esto últimamente. Cortinas de humo para tenernos cogidos por dónde haga falta. Es una necesidad básica, y nadie puede renunciar a ella. La gente se endeuda, para tener un techo.
Hace unos días bajaba del metro en Parallel. Línea lila. Cogí una libreta y me dispuse a tomar nota de todos aquellos nuevos establecimientos que han surgido en Nou de la Rambla. Sin ser éste un estudio riguroso, y sin siquiera pretender convertirlo en un estado de la cuestión general, podría darnos algunas pistas de lo que sucede…
De mayor a menor la lista quedaría así: 10 negocios de comida rápida oriental (falafel, etc.); 8 colmados (estos tipo «domingo y fiestas abierto»); 4 fincas enteras reconvertidas en «flat per day» (60 pisos menos en el parque de alquiler); 3 «call centers»; 3 negocios de souvenirs (todos con la misma mercancía), 1 hotel nuevo de cuatro estrellas (20 pisos menos en el parque de alquiler)…
Ciñéndonos sólo a lo que esta sucediendo en esta calle vemos que el tan mentado problema en realidad no existe, sino que se trataría de una pésima gestión, que postula el turismo por encima del ciudadano. Tras diez años en este mismo barrio, ya no reconozco mi calle. Los negocios se cierran y en su lugar, como si de hongos después de la lluvia se tratase, los escaparates se llenan de camisetas del Barça y horrendas luces de neón blanca que enceguecen al paseante. Se hecha gente de sus pisos, se rehabilitan y se abren hoteles… y todo gira como una noria aburrida alrededor del mismo motivo. Ayer mismo, note que habían abierto dos negocios de souvenirs nuevos y un colmado bajo las mismas narices del Ayuntamiento, a cinco metros de la Plaça St. Jaume. Dónde antes había un bonito café de esquina, ahora veo camisetas deportivas y enfrente, un nuevo colmado con una horrible luminosidad.
La ciudad, poco a poco, irá perdiendo su autenticidad, los residentes de siempre se irán, y vendrán turistas, muchos turistas, y se necesitarán más colmados, y más call centers, y menos hospitales, menos pensiones, menos gasto en educación, poca cultura… y lo que era el mejor reclamo de esta ciudad, se irá perdiendo. Y al final, quedarán solo el alcalde y sus nuevos negocitos… y el turismo, será, cada vez más eso: masas informes de personas que enriquecen a unos pocos sobre el esfuerzo de otros muchos.
Nos queda una esperanza, tal como dice D., el cartero, recordarles a los de St. Jaume que los turistas no votan, pero nosotros sí.
Hemos pasado el tema «Feria de Frankfurt» para instalarse ahora el «rodaje de Woody Allen». Allen como director me parece una leyenda viva. Pero la divinización me da asco. En cualquiera de sus formas y maneras. De juzgar por lo que estoy viendo en Barcelona, resta puntos. No debería ser ajeno a la manipulación política y económica del asunto. Tufillo rancio. Millón y medio de euros del erario público, y filmas aquí. Los responsables de la producción, son los mismos que se enriquecieron con el otro fiasco titulado el Forum de las Culturas. El mismo evento en el que un empresario aportó dinero, y al final todas las compañías participantes se alojaron en su cadena de hoteles recién estrenados.
Dicen los políticos responsables que el rodaje de Allen sirve para proyectar la imagen de Barcelona. Evidente: vaciamos las Ramblas y las mostramos con flores y pajaritos, exactamente lo que fue y lo que ya no es, para engaño de incautos turistas cultos.
¿Por qué no mostrar las Ramblas tal como son en estas fechas? Un vertedero humano de turistas y latas de cerveza, repleta a cualquier hora del día o de la noche, fuente de ruidos, dónde ya no cabe nadie más…
El «cuento» de la proyección internacional de la ciudad sigue siendo lo mismo de siempre: una productora que se subvenciona a cuenta del erario público, unos políticos que ridículamente se sacan fotos, y unos hoteleros que se llenan los bolsillos. Nosotros, lo que pagamos de verdad, contenemos el enojo ante tal desfachatez, llegados al punto de asistir al robo ni siquiera disimulado, puesto qué dónde se caen túneles y no hay culpables, cualquier cosa se puede.
(hoy un periódico gratuito traía la noticia de que en China habían ejecutado un ministro por aceptar sobornos… son un poco brutos estos chinos, pero hay cosas que parecerían tener bien claras. Aquí nos quedaríamos sin clase dirigente, creo)
Debe estar conectado para enviar un comentario.