
LXXVII

Zaragoza, visitando a Juan. Desde el primer momento nos introducimos en nuestros temas. Goya y su estrategia narrativa, El soldado de los milagros, las publicaciones, el American Colony…
Por la noche, me agasaja con el espectáculo de Bigas Luna, en el Plata. Me río bastante, paso un buen rato.
Al regresar, seguimos… Me cuenta de Y. y de su don. Le pido conocerla.
Pasamos toda la tarde del sábado juntos. «Primero es la intuición, la certeza de saber»… me dice ella. Más tarde, ya entrando en materia, agrega en confianza: «luego se construye el tinglado de estudios científicos para justificarlo…»
Llegar a una ciudad de provincias y encontrarse con al iglesia cerrada. Fiestas regionales. Tras algunas preguntas, entender que nadie sabe cuándo la abrirán. Dar unas vueltas. El cansancio aprieta. Meterse en un café. Ante la recurrente pregunta sobre los horarios de visita de la iglesia, la sorpresa: El hombre que se encuentra sentado en la próxima mesa, matando el tiempo con cuatro amigos jugando a las barajas, es el responsable de las llaves del templo. Y así, una vez más, termino tranquilamente mi café, mientras ojeo el Heraldo, en busca de los guiños de Juan D. Se convierte así en un casual juego, ejercicio singular que me hace sentir extrañamente en casa. Minutos después, me encuentro disfrutando, frente a frente, con las pechinas de Goya.
[Salí esta mañana de Fuendetodos. Carreteando lentamente, por caminos secundarios. Me pregunto que será de esos pequeños pueblos de Aragón cuándo la gente mayor desaparezca].
(David Mauas, Zaragoza, Febrero 2007)
Tras tres horas y media de bus, se impone una cerveza… veo unas empanadillas de salmón, pido un par. Cesar, quién me acompaña, parece encantado. Parecería tener raíces de gato. Caé siempre sobre sus pies. De camino a Zaragoza, le confirman un nuevo curro, y casualmente, allí. Contento, se lanza sobre las empanadillas y la caña.
Nos alojamos en la casa de Anna.
El otro día sería intenso. Goya por derecha y por izquierda. La amabilidad de la gente de la calle me gusta, descubro negocios del siglo diecinueve que me cautivan. Frente a la Basílica, veo un pasaje que me remite a Benjamin.
Regina Martirum a distancia cero. Un privilegio que me cuesta asimilar. Fotos, observo y tomo algunas. La genialidad del pintor en toda su extensión. Figuras aparentemente inacabadas para la distancia.
¿Qué se siente al tocar con la punta del pincel el trazo de Goya?
El paseo del brazo de J. y A. El otrora reino se redescubre en cada rincón.
Posada de las Almas. Mucha charla, grata conversación, historias que cautivan. No por nada, paredes centenarias.
Nos despedimos.
Antes de partir, breve café con Anna y Cesar.
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